Marcos 4,26-34 (11 Tiempo ordinario – B)
Y decía: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
******//******
José Antonio Pagola
Casi todo nos invita hoy a vivir bajo el signo de la
actividad, la programación y el rendimiento. Pocas diferencias ha habido en
esto entre el capitalismo y el socialismo. A la hora de valorar a la persona,
siempre se termina por medirla por su capacidad de producción.
Se puede decir que la sociedad moderna ha llegado a la
convicción práctica de que, para darle a la vida su verdadero sentido y su
contenido más pleno, lo único importante es sacarle el máximo rendimiento por
medio del esfuerzo y la actividad.
Por eso se nos hace tan extraña y embarazosa esa pequeña
parábola, recogida por el evangelista Marcos, en la que Jesús compara el «reino
de Dios» con una semilla que crece por sí sola, sin que el labrador le
proporcione la fuerza para germinar y crecer. Sin duda es importante el trabajo
de siembra que realiza el labrador, pero en la semilla hay algo que no ha
puesto él: una fuerza vital que no se debe a su esfuerzo.
Experimentar la vida como regalo es probablemente una de
las cosas que nos puede hacer vivir a los hombres y mujeres de hoy de manera
nueva, más atentos no solo a lo que conseguimos con nuestro trabajo, sino
también a lo que vamos recibiendo de manera gratuita.
Aunque tal vez no lo percibimos así, nuestra mayor
«desgracia» es vivir solo de nuestro esfuerzo, sin dejarnos agraciar y bendecir
por Dios, y sin disfrutar de lo que se nos va regalando constantemente. Pasar
por la vida sin dejarnos sorprender por la «novedad» de cada día.
Todos necesitamos hoy aprender a vivir de manera más
abierta y acogedora, en actitud más contemplativa y agradecida. Alguien ha
dicho que hay problemas que no se «resuelven» a base de esfuerzo, sino que se
«disuelven» cuando sabemos acoger la gracia de Dios en nosotros. Se nos olvida
que, en definitiva, como decía Georges Bernanos, «todo es gracia», porque todo,
absolutamente todo, está sostenido y penetrado por el misterio de ese Dios que
es gracia, perdón y acogida para todas sus criaturas. Así nos lo revela Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario