
¿Por qué seguir interesándonos por Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a resolver acaso los problemas del mundo actual? El evangelio de Juan habla un diálogo de gran interés, que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.
El
día anterior han compartido con Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han
comido pan hasta saciarse. ¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que
Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en nada más.
Jesús
los desconcierta con un planteamiento inesperado: "Trabajad, no por el
alimento que perece, sino por el que perdura hasta la vida eterna". Pero ¿cómo no preocuparnos por
el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo necesitamos y
debemos trabajar para que nunca le falte a nadie.
Jesús
lo sabe. El pan es lo primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se
preocupa tanto de los hambrientos y mendigos que no reciben de los ricos ni las
migajas que caen de su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos
que almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus
seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.
Pero
Jesús quiere despertar en ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no
sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el
ser humano. No lo hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para
todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan
que nos viene del Padre, no para hartarnos de comida sino "para dar
vida al mundo".
Este Pan, venido de Dios, "perdura
hasta la vida eterna". Los alimentos que comemos cada día nos
mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden
defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar
vida más allá de la muerte.
Jesús
se presenta como ese Pan de vida eterna. Cada uno ha de decidir cómo quiere
vivir y cómo quiere morir. Pero, creer en Cristo es alimentar en nosotros una
fuerza indestructible, empezar a vivir algo que no terminará con nuestra
muerte. Seguir a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su
fuerza resucitadora.
Al escuchar sus palabras, aquellas gentes
de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: "Señor, danos
siempre de ese pan". Desde nuestra fe vacilante, nosotros no nos
atrevemos a pedir algo semejante. Quizás, solo nos preocupa la comida de cada
día.
Y, a veces solo la nuestra.
José Antonio Pagola
Red
evangelizadora BUENAS NOTICIAS
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5 de agosto de
2012
18 Tiempo ordinario (B)
Juan 6, 24-35
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