4/11/25

AMIGO DE LA VIDA

 Lucas 20,27-38        (32 Tiempo ordinario – C)

Se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

 

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José Antonio Pagola

AMIGO DE LA VIDA
«Dios es amigo de la vida». Esta era una de las convicciones básicas de Jesús. Por eso, discutiendo un día con un grupo de saduceos, que negaban la resurrección, les confesó claramente su fe: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos».
Jesús no se puede ni imaginar que a Dios se le vayan muriendo sus criaturas; que, después de unos años de vida, la muerte le vaya dejando sin sus hijos e hijas queridos. No es posible. Dios es fuente inagotable de vida. Dios crea a los vivientes, los cuida, los defiende, se compadece de ellos y rescata su vida del pecado y de la muerte.
Probablemente Jesús no leyó nunca el libro de la Sabiduría, escrito hacia el año 50 a. C. en Alejandría, pero su mensaje acerca de Dios recuerda una página inolvidable de este sabio judío que escribe así: «Tú te compadeces de todos, porque lo puedes todo; cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. ¿Cómo conservarían su existencia si tú no los hubieras creado? Pero tú perdonas a todos porque son tuyos, Señor, amigo de la vida» (Sabiduría 11,23-26).
Dios es amigo de la vida. Por eso se compadece de todos los que no saben o no pueden vivir de manera digna. Llega incluso a «cerrar los ojos» a los pecados de los hombres para que descubran de nuevo el camino de la vida. No aborrece nada de lo que ha creado. Ama a todos los seres; de lo contrario no los hubiera hecho. Perdona a todos, se compadece de todos, quiere la vida de todos, porque todos son suyos.
¿Cómo no amamos con más pasión la creación entera? ¿Por qué no cuidamos y defendemos con más fuerza la vida de todos los seres de tanta depredación y agresión? ¿Por qué no nos compadecemos de tantos «excluidos» para los que este mundo no es su casa? ¿Cómo podemos seguir pensando que nuestro bienestar es más importante que la vida de tantos hombres y mujeres que se sienten extraños y sin sitio en esta Tierra creada por Dios para ellos?
Es increíble que no captemos lo absurdo de nuestra religión cuando cantamos al Creador y Resucitador de la vida y, al mismo tiempo, contribuimos a generar hambre, sufrimiento y degradación en sus criaturas.

 

1/11/25

LA SALVACIÓN DEL RICO

 Lucas 19,1-10    (31 Tiempo ordinario – C)


Entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

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 José Antonio Pagola

LA SALVACIÓN DEL RICO
Son bastantes los cristianos de posición acomodada que se sienten molestos por esta «moda» que ha entrado en la Iglesia de hablar tanto de los pobres. No entienden que el Evangelio pueda ser buena noticia solo para ellos. Y, por tanto, solo pueda ser escuchado por los ricos como amenaza para sus intereses y como interpelación de su riqueza.
Les parece que todo esto no es sino demagogia barata, ideologización ilegítima del Evangelio y, en definitiva, «hacer política de izquierdas». Porque, vamos a ver: ¿no se acercaba Jesús a todos por igual? ¿No acogía a pobres y a ricos con el mismo amor? ¿No ofreció a todos la salvación?
Ciertamente, Jesús se acerca a todos ofreciendo la salvación. Pero no de la misma manera. Y, en concreto, a los ricos se les acerca para «salvarlos» antes que nada de sus riquezas.
En Jericó, Jesús se hace hospedar en casa de un rico. El hombre lo recibe con alegría. Es un honor para él acoger al Maestro de Nazaret. Al encontrarse con Jesús y escuchar su mensaje, el rico va a cambiar. Descubre que lo importante no es acaparar, sino compartir, y decide dar la mitad de sus bienes a los pobres. Descubre que tiene que hacer justicia a los que ha robado, y se compromete a restituir con creces. Solo entonces Jesús proclama: «Hoy ha sido la salvación de esta casa».
Al rico no se le ofrece otro camino de salvación sino el de compartir lo que posee con los pobres que lo necesitan. Es la única «inversión cristianamente rentable» que puede hacer con sus bienes.
La razón es sencilla. No es posible un mundo más fraterno si los ricos no cambian de actitud y aceptan reducir sus bienes en beneficio de los empobrecidos por el actual sistema económico.
Este es el camino de salvación que se les ofrece a los ricos. «Ellos solo pueden recibir ayuda cuando reconocen su propia pobreza y están dispuestos a entrar en la comunidad de los pobres, especialmente de aquellos que ellos mismos han reducido a la miseria por la violencia» (Jürgen Moltmann).



23/10/25

PARA INACEPTABLES

 

En aquel tiempo, Jesús dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

 

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José Antonio Pagola

PARA INACEPTABLES

Hay una frase de Jesús que sin duda refleja una convicción y un estilo de actuar que sorprendieron y escandalizaron a sus contemporáneos: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos... Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». El dato es histórico: Jesús no se dirigió a los sectores piadosos, sino a los indignos e indeseables.

La razón es sencilla. Jesús capta rápidamente que su mensaje es superfluo para quienes viven seguros y satisfechos en su propia religión. Los «justos» apenas tienen sensación de estar necesitados de «salvación». Les basta la tranquilidad que proporciona sentirse dignos ante Dios y ante la consideración de los demás.

Lo dice gráficamente Jesús: a un individuo lleno de salud y fortaleza no se le ocurre acudir al médico. ¿Para qué necesitan el perdón de Dios los que, en el fondo de su ser, se sienten inocentes?, ¿cómo van a agradecer su amor inmenso y su comprensión inagotable quienes se sienten «protegidos» ante él por la observancia escrupulosa de sus leyes?

El que se siente pecador vive una experiencia diferente. Tiene conciencia clara de su miseria. Sabe que no puede presentarse con suficiente dignidad ante nadie; tampoco ante Dios; ni siquiera ante sí mismo. ¿Qué puede hacer sino esperarlo todo del perdón de Dios? ¿Dónde va a encontrar salvación si no es abandonándose confiadamente a su amor infinito?

Yo no sé quién puede llegar a leer estas líneas. En estos momentos pienso en los que os sentís incapaces de vivir de acuerdo con las normas que impone la sociedad; los que no tenéis fuerzas para vivir el ideal moral que establece la religión; los que estáis atrapados en una vida indigna; los que no os atrevéis a mirar a los ojos a vuestra esposa ni a vuestros hijos; los que salís de la cárcel para volver de nuevo a ella; las que no podéis escapar de la prostitución... No lo olvidéis nunca: Jesús ha venido para vosotros.

Cuando os veáis juzgados por la Ley, sentíos comprendidos por Dios; cuando os veáis rechazados por la sociedad, sabed que Dios os acoge; cuando nadie os perdone vuestra indignidad, sentid el perdón inagotable de Dios. No lo merecéis. No lo merecemos nadie. Pero Dios es así: amor y perdón. Vosotros lo podéis disfrutar y agradecer. No lo olvidéis nunca: según Jesús, solo salió limpio del templo aquel publicano que se golpeaba el pecho diciendo: «¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador».