Lucas 9,
11b-17

Al comenzar
a declinar el día, los Doce se acercaron a Jesús y le dijeron:
— Despide a
toda esa gente para que vayan a las aldeas y caseríos de alrededor a buscar
alojamiento y comida, porque aquí estamos en despoblado.
Jesús les
contestó:
— Dadles de
comer vosotros mismos.
Ellos
replicaron:
— Nosotros
no tenemos más que cinco panes y dos peces, a menos que vayamos y compremos
comida para toda esta gente.
Eran unos
cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos:
— Haced que
se recuesten en grupos como de cincuenta personas.
Ellos
siguieron sus instrucciones, y toda la gente se recostó. Luego Jesús tomó los
cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, los bendijo, los partió y se
los fue dando a sus discípulos para que los distribuyeran entre la gente. Todos
comieron hasta quedar satisfechos, y todavía se recogieron doce cestos llenos
de trozos sobrantes.
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Comentarios: José Antonio Pagola
La
crisis económica va a ser larga y dura. No nos hemos de engañar. No podremos
mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos
encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas
de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver
sus problemas de salud o medicación.
Nadie sabe muy bien cómo irá
reaccionando la sociedad. Sin duda, irá creciendo la impotencia, la rabia y la
desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la
delincuencia. Es fácil que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia
seguridad.
Pero también es posible que vaya
creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede
enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar
los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra
sensibilidad hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero podemos ser
más humanos.
En medio de la crisis, también
nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento
de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto
humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta,
más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.
Es también el momento de recuperar la
fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es vivida como una
experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los cristianos,
reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un lugar de
concienciación y de impulso de solidaridad práctica.
La crisis puede sacudir nuestra rutina
y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro
corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan
eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y
de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van
quedando excluidos socialmente.
La celebración de la eucaristía nos ha
de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y
ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la “ilusión de inocencia” que
nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando vemos en
peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más
humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la crisis con
lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.