Juan 14,23-29:

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José Antonio Pagola
En el evangelio de Juan podemos leer un conjunto de
discursos en los que Jesús se va despidiendo de sus discípulos. Los
comentaristas lo llaman «El Discurso de despedida». En él se respira una atmósfera
muy especial: los discípulos tienen miedo a quedarse sin su Maestro; Jesús, por
su parte, les insiste en que, a pesar de su partida, nunca sentirán su
ausencia.
Hasta cinco veces les repite que podrán contar con «el
Espíritu Santo». Él los defenderá, pues los mantendrá fieles a su mensaje y
a su proyecto. Por eso lo llama «Espíritu de la verdad». En un momento
determinado, Jesús les explica mejor cuál será su quehacer: «El Defensor, el
Espíritu Santo... será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que
os he dicho». Este Espíritu será la memoria viva de Jesús.
El horizonte que ofrece a sus discípulos es grandioso. De
Jesús nacerá un gran movimiento espiritual de discípulos y discípulas que le
seguirán defendidos por el Espíritu Santo. Se mantendrán en su verdad, pues ese
Espíritu les irá enseñando todo lo que Jesús les ha ido comunicando por los
caminos de Galilea. Él los defenderá en el futuro de la turbación y de la
cobardía.
Jesús desea que capten bien lo que significará para ellos el
Espíritu de la verdad y Defensor de su comunidad: «Os estoy dejando la paz;
os estoy dando la paz». No solo les desea la paz. Les regala su paz. Si
viven guiados por el Espíritu, recordando y guardando sus palabras, conocerán
la paz.
No es una paz cualquiera. Es su paz. Por eso les dice: «No
os la doy yo como la da el mundo». La paz de Jesús no se construye con
estrategias inspiradas en la mentira o en la injusticia, sino actuando con el
Espíritu de la verdad. Han de reafirmarse en él: «Que no tiemble vuestro
corazón ni se acobarde».
En estos tiempos difíciles de desprestigio y turbación que
estamos sufriendo en la Iglesia, sería un grave error pretender defender
nuestra credibilidad y autoridad moral actuando sin el Espíritu de la verdad
prometido por Jesús. El miedo seguirá penetrando en el cristianismo si buscamos
asentar nuestra seguridad y nuestra paz alejándonos del camino trazado por él.
Cuando en la Iglesia se pierde la paz, no es posible
recuperarla de cualquier manera ni sirve cualquier estrategia. Con el corazón
lleno de resentimiento y ceguera no es posible introducir la paz de Jesús. Es
necesario convertirnos humildemente a su verdad, movilizar todas nuestras
fuerzas para desandar caminos equivocados y dejarnos guiar por el Espíritu que
animó la vida entera de Jesús.