6/8/18

ATRAÍDOS POR EL PADRE HACIA JESÚS


Juan 6,41-51

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios."
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»


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José Antonio Pagola

Según el relato de Juan, Jesús repite cada vez de manera más abierta que viene de Dios para ofrecer a todos un alimento que da vida eterna. La gente no puede seguir escuchando algo tan escandaloso sin reaccionar. Conocen a sus padres. ¿Cómo puede decir que viene de Dios?
A nadie nos puede sorprender su reacción. ¿Es razonable creer en Jesucristo? ¿Cómo podemos creer que en ese hombre concreto, nacido poco antes de morir Herodes el Grande y conocido por su actividad profética en la Galilea de los años treinta, se ha encarnado el Misterio insondable de Dios?
Jesús no responde a sus objeciones. Va directamente a la raíz de su incredulidad: «No sigáis murmurando». Es un error resistirse a la novedad radical de su persona obstinándose en pensar que ya saben todo acerca de su verdadera identidad. Les indicará el camino que pueden seguir.
Jesús presupone que nadie puede creer en él si no se siente atraído por su persona. Es cierto. Tal vez, desde nuestra cultura, lo entendemos hoy mejor. No nos resulta fácil creer en doctrinas o ideologías. La fe y la confianza se despiertan en nosotros cuando nos sentimos atraídos por alguien que nos hace bien y nos ayuda a vivir.
Pero Jesús les advierte de algo muy importante: «Nadie puede aceptarme si el Padre, que me ha enviado, no se lo concede». La atracción hacia Jesús la produce Dios mismo. El Padre que lo ha enviado al mundo despierta nuestro corazón para que nos acerquemos a Jesús con gozo y confianza, superando dudas y resistencias.
Por eso hemos de escuchar la voz de Dios en nuestro corazón y dejarnos conducir por él hacia Jesús. Dejarnos enseñar dócilmente por ese Padre, Creador de la vida y Amigo del ser humano: «Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza me acepta a mí».
La afirmación de Jesús resulta revolucionaria para aquellos judíos. La tradición bíblica decía que el ser humano escucha en su corazón la llamada de Dios a cumplir fielmente la Ley. El profeta Jeremías había proclamado así la promesa de Dios: «Yo pondré mi Ley dentro de vosotros y la escribiré en vuestro corazón».
Las palabras de Jesús nos invitan a vivir una experiencia diferente. La conciencia no es solo el lugar recóndito y privilegiado en el que podemos escuchar la Ley de Dios. Si en lo íntimo de nuestro ser nos sentimos atraídos por lo bueno, lo hermoso, lo noble, lo que hace bien al ser humano, lo que construye un mundo mejor, fácilmente nos sentiremos invitados por Dios a sintonizar con Jesús.





30/7/18

PAN DE VIDA ETERNA


Juan 6,24-35

En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: "Dios les dio a comer pan del cielo."»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»


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José Antonio Pagola

¿Por qué seguir interesándonos por Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a resolver acaso los problemas del mundo actual? El evangelio de Juan habla de un diálogo de gran interés que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.
El día anterior han compartido con Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse. ¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en otra cosa.
Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado: «Esforzaos no por conseguir el alimento transitorio, sino por el permanente, el que da la vida eterna». Pero ¿cómo no preocuparnos por el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo necesitamos y debemos trabajar para que nunca le falte a nadie. Jesús lo sabe. El pan es lo primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los hambrientos y mendigos, que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.
Pero Jesús quiere despertar en ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre no para hartarnos de comida, sino «para dar vida al mundo».
Este Pan venido de Dios «da la vida eterna». Los alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.
Jesús se presenta como «Pan de vida eterna». Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Pero quienes nos llamamos seguidores suyos hemos de saber que creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza imperecedera, empezar a vivir algo que no acabará en nuestra muerte. Sencillamente, seguir a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su fuerza resucitadora.
Al escuchar sus palabras, aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: «Señor, danos siempre de ese pan». Desde nuestra fe vacilante, a veces nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante. Quizá solo nos preocupa la comida de cada día. Y a veces solo la nuestra.




23/7/18

EL GESTO DE UN JOVEN


Juan 6,1-15

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»
Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.»
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

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José Antonio Pagola

De todos los hechos realizados por Jesús durante su actividad profética, el más recordado por las primeras comunidades cristianas fue seguramente una comida multitudinaria organizada por él en medio del campo, en las cercanías del lago de Galilea. Es el único episodio recogido en todos los evangelios.
contenido del relato es de una gran riqueza. Siguiendo su costumbre, el evangelio de Juan no lo llama «milagro», sino «signo». Con ello nos invita a no quedarnos en los hechos que se narran, sino a descubrir desde la fe un sentido más profundo.
Jesús ocupa el lugar central. Nadie le pide que intervenga. Es él mismo quien intuye el hambre de aquella gente y plantea la necesidad de alimentarla. Es conmovedor saber que Jesús no solo alimentaba a la gente con la Buena Noticia de Dios, sino que le preocupaba también el hambre de sus hijos.
¿Cómo alimentar en medio del campo a una muchedumbre? Los discípulos no encuentran ninguna solución. Felipe dice que no se puede pensar en comprar pan, pues no tienen dinero. Andrés piensa que se podría compartir lo que hay, pero solo un muchacho tiene cinco panes y un par de peces. ¿Qué es eso para tantos?
Para Jesús es suficiente. Ese joven sin nombre ni rostro va hacer posible lo que parece imposible. Su disponibilidad para compartir todo lo que tiene es el camino para alimentar a aquellas gentes. Jesús hará lo demás. Toma en sus manos los panes del joven, da gracias a Dios y comienza a «distribuirlos» entre todos.
La escena es fascinante. Una muchedumbre, sentada sobre la hierba verde del campo, compartiendo una comida gratuita un día de primavera. No es un banquete de ricos. No hay vino ni carne. Es la comida sencilla de la gente que vive junto al lago: pan de cebada y pescado en salazón. Una comida fraterna servida por Jesús a todos gracias al gesto generoso de un joven.
Esta comida compartida era para los primeros cristianos un símbolo atractivo de la comunidad nacida de Jesús para construir una humanidad nueva y fraterna. Les evocaba al mismo tiempo la eucaristía que celebraban el día del Señor para alimentarse del espíritu y la fuerza de Jesús: el Pan vivo venido de Dios.
Pero nunca olvidaron el gesto del joven. Si hay hambre en el mundo, no es por escasez de alimentos, sino por falta de solidaridad. Hay pan para todos, falta generosidad para compartirlo. Hemos dejado la marcha del mundo en manos de un poder económico inhumano, nos da miedo compartir lo que tenemos, y la gente se muere de hambre por nuestro egoísmo irracional.