Marcos 1,40-45
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole
de rodillas: "Si quieres, puedes limpiarme." Sintiendo lástima,
extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Quiero: queda limpio." La
lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole
severamente: "No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a
presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó
Moisés." Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes
ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún
pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas
partes.
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José Antonio Pagola
De forma inesperada, un leproso «se acerca a Jesús».
Según la ley, no puede entrar en contacto con nadie. Es un «impuro» y ha
de vivir aislado. Tampoco puede entrar en el templo. ¿Cómo va a acoger
Dios en su presencia a un ser tan repugnante? Su destino es
vivir excluido. Así lo establece la ley.
A pesar de todo, este leproso desesperado se atreve a
desafiar todas las normas. Sabe que está obrando mal. Por eso se pone de
rodillas. No se arriesga a hablar con Jesús de frente. Desde el suelo, le
hace esta súplica: «Si quieres, puedes limpiarme». Sabe que Jesús lo
puede curar, pero ¿querrá limpiarlo?, ¿se atreverá a sacarlo de la exclusión a
la que está sometido en nombre de Dios?
Sorprende la emoción que le produce a Jesús la cercanía del
leproso. No se horroriza ni se echa atrás. Ante la situación de aquel
pobre hombre, «se conmueve hasta las entrañas». La ternura lo
desborda. ¿Cómo no va a querer limpiarlo él, que solo vive movido por
la compasión de Dios hacia sus hijos e hijas más indefensos y
despreciados?
Sin dudarlo, «extiende la mano» hacia aquel hombre y «toca»
su piel despreciada por los puros. Sabe que está prohibido por la ley y
que, con este gesto, está reafirmando la trasgresión iniciada por el
leproso. Solo lo mueve la compasión: «Quiero: queda limpio».
Esto es lo que quiere el Dios encarnado en Jesús: limpiar el
mundo de exclusiones que van contra su compasión de Padre. No es Dios quien
excluye, sino nuestras leyes e instituciones. No es Dios quien margina, sino
nosotros. En adelante, todos han de tener claro que a nadie se ha de excluir en
nombre de Jesús.
Seguirle a él significa no horrorizarnos ante ningún impuro
ni impura. No retirar a ningún «excluido» nuestra acogida. Para Jesús, lo
primero es la persona que sufre y no la norma. Poner siempre por delante la
norma es la mejor manera de ir perdiendo la sensibilidad de Jesús ante los
despreciados y rechazados. La mejor manera de vivir sin compasión.
En pocos lugares es más reconocible el Espíritu de Jesús que
en esas personas que ofrecen apoyo y amistad gratuita a prostitutas indefensas,
que acompañan a enfermos de sida olvidados por todos, que defienden a
homosexuales que no pueden vivir dignamente su condición... Ellos nos recuerdan
que en el corazón de Dios caben todos.
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