Juan 10,11-18
En aquel tiempo, dijo Jesús: "Yo soy el buen Pastor. El
buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño
de las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace
estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me
conocen, igual que al Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida
por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a
ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo
Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder
recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder
para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi
Padre."
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José Antonio Pagola
Cuando entre los primeros cristianos comenzaron los
conflictos y disensiones entre grupos y líderes diferentes, alguien sintió la
necesidad de recordar que, en la comunidad de Jesús, solo él es el Pastor
bueno. No un pastor más, sino el auténtico, el verdadero, el modelo a seguir
por todos.
Esta bella imagen de Jesús, Pastor bueno, es una llamada a
la conversión, dirigida a quienes reivindican el título de «pastores» en
la comunidad cristiana. El pastor que se parece a Jesús, solo piensa en sus
ovejas, no «huye» ante los problemas, no las «abandona». Al contrario,
está junto a ellas, las defiende, se desvive por ellas, «expone su vida»
buscando su bien.
Al mismo tiempo, esta imagen es una llamada a la comunión
fraterna entre todos. El Buen Pastor «conoce» a sus ovejas y las ovejas le
«conocen» a él. Solo desde esta cercanía estrecha, desde este conocimiento
mutuo y esta comunión de corazón, el Buen Pastor comparte su vida con las
ovejas. Hacia esta comunión y mutuo conocimiento hemos de caminar también hoy
en la Iglesia.
En estos momentos no fáciles para la fe, necesitamos como
nunca aunar fuerzas, buscar juntos criterios evangélicos y líneas maestras de
actuación para saber en qué dirección hemos de caminar de manera creativa hacia
el futuro.
Sin embargo, no es esto lo que está sucediendo. Se hacen
algunas llamadas convencionales a vivir en comunión, pero no estamos dando
pasos para crear un clima de escucha mutua y diálogo. Al contrario, crecen las
descalificaciones y disensiones entre obispos y teólogos; entre teólogos de
diferentes tendencias; entre movimientos y comunidades de diverso signo; entre
grupos y «blogs» de todo género...
Pero, tal vez, lo más triste es ver cómo sigue creciendo el
distanciamiento entre la jerarquía y el pueblo cristiano. Se diría que viven
dos mundos diferentes. En muchos lugares los «pastores» y las «ovejas» apenas
se conocen. A muchos obispos no les resulta fácil sintonizar con las
necesidades reales de los creyentes, para ofrecerles la orientación y el
aliento que necesitan. A muchos fieles les resulta difícil sentir afecto e
interés hacia unos pastores a los que ven alejados de sus problemas.
Solo creyentes, llenos del Espíritu del Buen Pastor, pueden
ayudarnos a crear el clima de acercamiento, mutua escucha, respeto recíproco y
diálogo humilde que tanto necesitamos.
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