Juan 15,1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Yo soy
la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da
fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí,
y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece
en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid,
vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto
abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo
tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al
fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que
deis fruto abundante; así seréis discípulos míos."
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José Antonio Pagola
La imagen es sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es
la «vid verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos»
que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador»
que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Lo único
importante es que se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano
y feliz para todos.
La imagen pone de relieve dónde está el problema. Hay
sarmientos secos por los que no circula la savia de Jesús. Discípulos que no
dan frutos porque no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado.
Comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su persona.
Por eso se hace una afirmación cargada de intensidad: «el
sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid»: la vida de los
discípulos es estéril «si no permanecen» en Jesús. Sus palabras son
categóricas: «Sin mí no podéis hacer nada». ¿No se nos está desvelando
aquí la verdadera raíz de la crisis de nuestro cristianismo, el factor interno
que resquebraja sus cimientos como ningún otro?
La forma en que viven su religión muchos cristianos, sin una
unión vital con Jesucristo, no subsistirá por mucho tiempo: quedará reducida a
«folklore» anacrónico que no aportará a nadie la Buena Noticia del Evangelio.
La Iglesia no podrá llevar a cabo su misión en el mundo contemporáneo, si los
que nos decimos «cristianos» no nos convertimos en discípulos de Jesús,
animados por su espíritu y su pasión por un mundo más humano.
Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo,
un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se
requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Si no
aprendemos a vivir de un contacto más inmediato y apasionado con Jesús, la
decadencia de nuestro cristianismo se puede convertir en una enfermedad mortal.
Los cristianos vivimos hoy preocupados y distraídos por
muchas cuestiones. No puede ser de otra manera. Pero no hemos de olvidar lo
esencial. Todos somos «sarmientos». Solo Jesús es «la verdadera vid».
Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda
nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades
y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto.
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