Marcos 10, 2-16
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron
a Jesús, para ponerlo a prueba: "¿Le es lícito a un hombre divorciarse de
su mujer?" Él les replicó: "¿Qué os ha mandado Moisés?"
Contestaron: "Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de
repudio." Jesús les dijo: "Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés
este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer.
Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y
serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola
carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre." En casa, los
discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: "Si uno se
divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y
si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio." Le
acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al
verlo, Jesús se enfadó y les dijo: "Dejad que los niños se acerquen a mí:
no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro
que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él." Y
los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
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José Antonio Pagola
El episodio parece insignificante. Sin embargo, encierra un
trasfondo de gran importancia para los seguidores de Jesús. Según el relato de
Marcos, algunos tratan de acercar a Jesús a unos niños y niñas que corretean
por allí. Lo único que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar para
comunicarles algo de su fuerza y de su vida. Al parecer, era una creencia
popular.
Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo. Pretenden
levantar un cerco en torno a Jesús. Se atribuyen el poder de decidir quiénes
pueden llegar hasta Jesús y quiénes no. Se interponen entre él y los más
pequeños, frágiles y necesitados de aquella sociedad. En vez de facilitar su
acceso a Jesús, lo obstaculizan.
Se han olvidado ya del gesto de Jesús que, unos días antes,
ha puesto en el centro del grupo a un niño para que aprendan bien que son los
pequeños los que han de ser el centro de atención y cuidado de sus discípulos.
Se han olvidado de cómo lo ha abrazado delante de todos, invitándoles a
acogerlos en su nombre y con su mismo cariño.
Jesús se indigna. Aquel comportamiento de sus discípulos es
intolerable. Enfadado, les da dos órdenes: «Dejad que los niños se acerquen
a mí. No se lo impidáis». ¿Quién les ha enseñado a actuar de una
manera tan contraria a su Espíritu? Son, precisamente, los pequeños, débiles e
indefensos, los primeros que han de tener abierto el acceso a Jesús.
La razón es muy profunda pues obedece a los designios del
Padre: «De los que son como ellos es el reino de Dios». En el
reino de Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan no son los pequeños,
sino los grandes y poderosos, los que quieren dominar y ser los primeros.
El centro de su comunidad no ha de estar ocupado por
personas fuertes y poderosas que se imponen a los demás desde arriba. En su
comunidad se necesitan hombres y mujeres que buscan el último lugar para
acoger, servir, abrazar y bendecir a los más débiles y necesitados.
El reino de Dios no se difunde desde la imposición de los
grandes sino desde la acogida y defensa a los pequeños. Donde estos se
convierten en el centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de
Dios, la sociedad humana que quiere el Padre.
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