Como el pueblo estaba en expectativa,
preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, respondió Juan,
diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más
poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él
os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
Aconteció que cuando todo el pueblo se
bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el
Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del
cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.
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José Antonio Pagola.
"Espiritualidad" es una palabra desafortunada. Para muchos sólo puede
significar algo inútil, alejado de la vida real. ¿Para qué puede servir? Lo que
interesa es lo concreto y práctico, lo material, no lo espiritual.
Sin embargo, el "espíritu" de una persona es
algo valorado en la sociedad moderna, pues indica lo más hondo y decisivo de su
vida: la pasión que la anima, su inspiración última, lo que contagia a los
demás, lo que esa persona va poniendo en el mundo.
El espíritu alienta nuestros proyectos y compromisos,
configura nuestro horizonte de valores y nuestra esperanza. Según sea nuestro
espíritu, así será nuestra espiritualidad.
Y así será también nuestra religión y nuestra vida entera.
A nuestra vida, para ser humana, le falta una
dimensión esencial: La interioridad.
Se nos obliga a vivir con rapidez, sin detenernos en nada ni en nadie, y la
felicidad no tiene tiempo para penetrar hasta nuestra alma. Pasamos rápidamente por todo y nos quedamos casi
siempre en la superficie. Se nos está olvidando escuchar y mirar la vida con un
poco de hondura y profundidad.
El silencio nos podría curar, pero ya no somos capaces
de encontrarlo en medio de nuestras mil ocupaciones. Cada vez hay menos espacio
para el espíritu en nuestra vida diaria. Por otra parte, ¿quién se atreve a
ocuparse de cosas tan sospechosas como la vida interior, la meditación o la
búsqueda de Dios?
Los textos que nos han dejado los primeros
cristianos nos muestran que viven su fe
en Jesucristo como un fuerte "movimiento
espiritual". Se sienten habitados por el Espíritu de Jesús. Solo es
cristiano quien ha sido bautizado con ese Espíritu. «El que no tiene el
Espíritu de Cristo no le pertenece». Animados por ese Espíritu,
lo viven todo de manera nueva.
Lo primero que cambia radicalmente es su experiencia
de Dios. No viven ya con «espíritu de
esclavos», agobiados por el miedo a Dios, sino con «espíritu de hijos » que
se sienten amados de manera incondicional y sin límites por un Padre. El Espíritu
de Jesús les hace gritar en el fondo de su corazón: ¡Abbá, Padre!
Esta experiencia es lo primero que todos deberían encontrar en las comunidades de Jesús.
Cambia también su manera de vivir la religión. Ya no
se sienten «prisioneros de la ley»,
las normas y los preceptos, sino liberados por el amor. Ahora conocen lo que es
vivir con «un espíritu nuevo»,
escuchando la llamada del amor y no con «la
letra vieja», ocupados en cumplir obligaciones religiosas. Éste es el
clima que entre todos hemos de cuidar y promover en las comunidades cristianas,
si queremos vivir como Jesús.
Descubren también el verdadero contenido del culto a
Dios. Lo que agrada al Padre no son los ritos vacíos de amor, sino que vivamos «en espíritu y en verdad». Esa
vida vivida con el espíritu de Jesús y la verdad de su evangelio es para los
cristianos su auténtico «culto
espiritual».
No hemos de olvidar lo que Pablo de Tarso decía a sus
comunidades: «No apaguéis el Espíritu».
Una iglesia apagada, vacía del espíritu de Cristo, no puede vivir ni comunicar
su verdadera Novedad. No puede saborear ni contagiar su Buena Noticia. Cuidar
la espiritualidad cristiana es reavivar nuestra religión."
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