Mateo 11,2-11
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le
mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro?»Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»
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José Antonio Pagola
La actuación de Jesús dejó desconcertado al Bautista. Él
esperaba un Mesías que extirparía del mundo el pecado imponiendo el juicio
riguroso de Dios, no un Mesías dedicado a curar heridas y aliviar sufrimientos.
Desde la prisión de Maqueronte envía un mensaje a Jesús: «¿Eres tú el que
tenía que venir o hemos de esperar a otro?».
Jesús le responde con su vida de profeta curador: «Id a
contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan;
los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los
pobres se les anuncia la buena noticia». Este es el verdadero Mesías: el
que viene a aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de
esperanza a los pobres.
Jesús se siente enviado por un Padre misericordioso que
quiere para todos un mundo más digno y dichoso. Por eso se entrega a curar
heridas, sanar dolencias y liberar la vida. Y por eso pide a todos: «Sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo».
Jesús no se siente enviado por un Juez riguroso para juzgar
a los pecadores y condenar al mundo. Por eso no atemoriza a nadie con gestos
justicieros, sino que ofrece a pecadores y prostitutas su amistad y su perdón.
Y por eso pide a todos: «No juzguéis y no seréis juzgados».
Jesús no cura nunca de manera arbitraria o por puro
sensacionalismo. Cura movido por la compasión, buscando restaurar la vida de
esas gentes enfermas, abatidas y rotas. Son las primeras que han de
experimentar que Dios es amigo de una vida digna y sana.
Jesús no insistió nunca en el carácter prodigioso de sus
curaciones ni pensó en ellas como receta fácil para suprimir el sufrimiento en
el mundo. Presentó su actividad curadora como signo para mostrar a sus
seguidores en qué dirección hemos de actuar para abrir caminos a ese proyecto
humanizador del Padre que él llamaba «reino de Dios».
El papa Francisco afirma que «curar heridas» es una tarea
urgente: «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es capacidad de
curar heridas». Habla luego de «hacernos cargo de las personas, acompañándolas
como el buen samaritano, que lava, limpia y consuela». Habla también de
«caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso descender a su
noche y oscuridad sin perdernos».
Al confiar su misión a los discípulos, Jesús no los imagina
como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores. Siempre
les confía una doble tarea: curar enfermos y anunciar que el reino de Dios está
cerca.
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