Marcos 7, 31-37
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del
lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que,
además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
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José Antonio Pagola
La curación de un sordomudo en la región pagana de Sidón
está narrada por Marcos con una intención claramente pedagógica. Es un enfermo
muy especial. Ni oye ni habla. Vive encerrado en sí mismo, sin comunicarse con
nadie. No se entera de que Jesús está pasando cerca de él. Son otros los que lo
llevan hasta el Profeta.
También la actuación de Jesús es especial. No impone sus
manos sobre él como le han pedido, sino que lo toma aparte y lo lleva a un
lugar retirado de la gente. Allí trabaja intensamente, primero sus oídos y
luego su lengua. Quiere que el enfermo sienta su contacto curador. Solo un
encuentro profundo con Jesús podrá curarlo de una sordera tan tenaz.
Al parecer, no es suficiente todo aquel esfuerzo. La sordera
se resiste. Entonces Jesús acude al Padre, fuente de toda salvación: mirando al
cielo, suspira y grita al enfermo una sola palabra: Effetá, es decir,
«Ábrete». Esta es la única palabra que pronuncia Jesús en todo el relato. No
está dirigida a los oídos del sordo, sino a su corazón.
Sin duda, Marcos quiere que esta palabra de Jesús resuene
con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su relato. Conoce bien lo
fácil que es vivir sordos a la Palabra de Dios. También hoy hay cristianos que
no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades
sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.
Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos de
hoy es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No
vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso no sabemos
escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir apenas el
cariño ni la atención de nadie.
A veces se diría que la Iglesia, nacida de Jesús para
anunciar su Buena Noticia, va haciendo su propio camino, olvidada con
frecuencia de la vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y esperanzas
de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no pondremos palabras
de esperanza en la vida de los que sufren.
Hay algo paradójico en algunos discursos de la Iglesia. Se
dicen grandes verdades, pero no tocan el corazón de las personas. Algo de esto
está sucediendo en estos tiempos de crisis. La sociedad no está esperando
«doctrina religiosa» de los especialistas, pero escucha con atención una
palabra clarividente, inspirada en el Evangelio de Jesús, cuando es pronunciada
por una Iglesia sensible al sufrimiento de las víctimas, y que sabe salir
instintivamente en su defensa invitando a todos a estar cerca de quienes más
ayuda necesitan para vivir con dignidad.
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