Lucas 21,25-28.34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
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José Antonio Pagola
Una convicción indestructible sostiene desde sus inicios la
fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios, la historia humana se
encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones insoportables del
ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas no han de destruir
nuestra esperanza.
Este mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día la
creación entera dará «signos» de que ha llegado a su final para dar paso a una
vida nueva y liberada que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.
Los evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús
sobre este final de los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra
en los «acontecimientos cósmicos» que se puedan producir en aquel momento. Su
principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez
ante ese horizonte.
El final de la historia no es el caos, la destrucción de la
vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando
las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos
caminando hacia el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos
«Dios».
No hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El
«último día» no es un día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas
resume el pensamiento de Jesús con estas palabras admirables: «Levantaos,
alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación». Solo entonces conoceremos
de verdad cómo ama Dios al mundo.
Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y
despertar la esperanza. Un día los poderes financieros se hundirán. La
insensatez de los poderosos se acabará. Las víctimas de tantas guerras,
crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más
humano no se perderán para siempre.
Jesús se esfuerza por sacudir las conciencias de sus
seguidores. «Tened cuidado: que no se os embote la mente». No viváis
como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad y los excesos.
Mantened viva la indignación. «Estad siempre despiertos». No os
relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os canséis. Mantened siempre
la tensión.
¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi
todos, angustiosos para muchos, y crueles para quienes se hunden en la impotencia?
¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos
de alentar la indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a
los que se están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la
humillación.
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