Lucas 3,1-6
En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato
gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe
tretarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio ttetrarca de Abilene, bajo el sumo
sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto.Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajador;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».
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José Antonio Pagola
Los primeros cristianos vieron en la actuación del Bautista
al profeta que preparó decisivamente el camino a Jesús. Por eso, a lo largo de
los siglos, el Bautista se ha convertido en una llamada que nos sigue urgiendo
a preparar caminos que nos permiten acoger a Jesús entre nosotros.
Lucas ha resumido su mensaje con este grito tomado del
profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor». ¿Cómo escuchar ese grito
en la Iglesia de hoy? ¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de
nuestro tiempo podamos encontrarnos con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras
comunidades?
Lo primero es tomar conciencia de que necesitamos un
contacto mucho más vivo con su persona. No es posible alimentarnos solo de
doctrina religiosa. No es posible seguir a Jesús convertido en una sublime
abstracción. Necesitamos sintonizar vitalmente con él, dejarnos atraer por su
estilo de vida, contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano.
En medio del «desierto espiritual» de la sociedad moderna,
hemos de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde se
acoge el Evangelio de Jesús. Vivir la experiencia de reunirnos creyentes, menos
creyentes, poco creyentes e, incluso, no creyentes, en torno al relato
evangélico de Jesús. Darle a él la oportunidad de que penetre con su fuerza
humanizadora en nuestros problemas, crisis, miedos y esperanzas.
No lo hemos de olvidar. En los evangelios no aprendemos
doctrina académica sobre Jesús, destinada inevitablemente a envejecer a lo
largo de los siglos. Aprendemos un estilo de vivir realizable en todos los
tiempos y en todas las culturas: el estilo de vivir de Jesús. La doctrina no
toca el corazón, no convierte ni enamora. Jesús sí.
La experiencia directa e inmediata con el relato evangélico
nos hace nacer a una nueva fe, no por vía de «adoctrinamiento» o de
«aprendizaje teórico», sino por el contacto vital con Jesús. Él nos enseña a
vivir la fe, no por obligación sino por atracción. Nos hace vivir la vida
cristiana, no como deber sino como contagio. En contacto con el evangelio
recuperamos nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.
Recorriendo los evangelios experimentamos que la presencia
invisible y silenciosa del Resucitado adquiere rasgos humanos y recobra voz
concreta. De pronto todo cambia: podemos vivir acompañados por Alguien que pone
sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. El secreto de toda
evangelización consiste en ponernos en contacto directo e inmediato con Jesús.
Sin él no es posible engendrar una fe nueva.
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