Lucas 6,17.20-26
En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con
un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de
Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacian vuestros padres con los falsos profetas.»
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José Antonio Pagola
Uno puede leer y escuchar cada vez con más frecuencia
noticias optimistas sobre la superación de la crisis y la recuperación
progresiva de la economía.
Se nos dice que estamos asistiendo ya a un crecimiento
económico, pero ¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién? Apenas se nos
informa de toda la verdad de lo que está sucediendo.
La recuperación económica que está en marcha va consolidando
e, incluso, perpetuando la llamada «sociedad dual». Un abismo cada vez mayor se
está abriendo entre los que van a poder mejorar su nivel de vida cada vez con
más seguridad y los que van a quedar descolgados, sin trabajo ni futuro en esta
vasta operación económica.
De hecho, está creciendo al mismo tiempo el consumo
ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la miseria e inseguridad de
los cada vez más pobres.
La parábola del hombre rico «que se vestía de púrpura y
de lino y banqueteaba espléndidamente cada día» y del pobre Lázaro que
buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban de la mesa del
rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.
Entre nosotros existen esos «mecanismos económicos,
financieros y sociales» denunciados por Juan Pablo II, «los cuales, aunque
manejados por la voluntad de los hombres, funcionaban de modo casi automático,
haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los
otros».
Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente
desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica que es la Sollicitudo
rei socialis, tan poco escuchada, incluso por los que lo vitorean
constantemente, Juan Pablo II descubre en la raíz de esta situación algo que
solo tiene un nombre: pecado.
Podemos dar toda clase de explicaciones técnicas, pero
cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento siempre mayor de los
ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está consolidando la
insolidaridad y la injusticia.
En sus bienaventuranzas, Jesús advierte que un día se
invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es fácil que también hoy sean
bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es
fruto del resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más
justicia, pide la venganza de Dios.
Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia de
un hombre derrotado y resentido, sino de su visión intensa de la justicia de
Dios que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.
Han pasado veinte siglos, pero la palabra de Jesús sigue
siendo decisiva para los ricos y para los pobres. Palabra de denuncia para unos
y de promesa para otros, sigue viva y nos interpela a todos.
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