Marcos
9,38-43.45.47-48 (26 Tiempo
ordinario – B)
En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.»
Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»
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José Antonio Pagola
Con frecuencia, los cristianos no terminamos de superar una
mentalidad de religión privilegiada que nos impide apreciar todo el bien que se
promueve en ámbitos alejados de la fe. Casi inconscientemente tendemos a pensar
que somos nosotros los únicos portadores de la verdad, y que el Espíritu de
Dios solo actúa a través de nosotros.
Una falsa interpretación del mensaje de Jesús nos ha
conducido a veces a identificar el reino de Dios con la Iglesia. Según esta
concepción, el reino de Dios solo se realizaría dentro de la Iglesia, y
crecería y se extendería en la medida en que crece y se extiende la Iglesia.
Y sin embargo no es así. El reino de Dios se extiende más
allá de la institución eclesial. No crece solo entre los cristianos, sino entre
todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad que hacen crecer en el mundo
la fraternidad. Según Jesús, todo aquel que «echa demonios en su nombre» está
evangelizando. Todo hombre, grupo o partido capaz de «echar demonios» de
nuestra sociedad y de colaborar en la construcción de un mundo mejor está, de
alguna manera, abriendo camino al reino de Dios.
Es fácil que también a nosotros, como a los discípulos, nos
parezca que no son de los nuestros, porque no entran en nuestras iglesias ni
asisten a nuestros cultos. Sin embargo, según Jesús, «el que no está contra
nosotros está a favor nuestro».
Todos los que, de alguna manera, luchan por la causa del
hombre están con nosotros. «Secretamente, quizá, pero realmente, no hay un solo
combate por la justicia –por equívoco que sea su trasfondo político– que no
esté silenciosamente en relación con el reino de Dios, aunque los cristianos no
lo quieran saber. Donde se lucha por los humillados, los aplastados, los
débiles, los abandonados, allí se combate en realidad con Dios por su reino, se
sepa o no, él lo sabe» (Georges Crespy).
Los cristianos hemos de valorar con gozo todos los logros
humanos, grandes o pequeños, y todos los triunfos de la justicia que se
alcanzan en el campo político, económico o social, por modestos que nos puedan
parecer. Los políticos que luchan por una sociedad más justa, los periodistas
que se arriesgan por defender la verdad y la libertad, los obreros que logran
una mayor solidaridad, los educadores que se desviven por educar para la
responsabilidad, aunque no parezcan siempre ser de los nuestros, «están a favor
nuestro», pues están trabajando por un mundo más humano.
Lejos de creernos portadores únicos de salvación, los cristianos hemos de acoger con gozo esa corriente de salvación que se abre camino en la historia de los hombres, no solo en la Iglesia, sino también junto a ella y más allá de sus instituciones. Dios está actuando en el mundo.
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