Marcos 4,35-40 (12 Tiempo ordinario – B)
Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
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José
Antonio Pagola
Los
hombres preferimos casi siempre lo fácil y nos pasamos la vida tratando de
eludir aquello que exige verdadero riesgo y sacrificio. Retrocedemos o nos
encerramos en la pasividad cuando descubrimos las exigencias y luchas que lleva
consigo vivir con cierta hondura.
Nos
da miedo tomar en serio nuestra vida asumiendo la propia existencia con
responsabilidad total. Es más fácil «instalarse» y «seguir tirando», sin
atrevernos a afrontar el sentido último de nuestro vivir diario.
Cuántos
hombres y mujeres viven sin saber cómo, por qué ni hacia dónde. Están ahí. La
vida sigue, pero, de momento, que nadie los moleste. Están ocupados por su
trabajo, al atardecer les espera su programa de televisión, las vacaciones
están ya próximas. ¿Qué más hay que buscar?
Vivimos
tiempos difíciles, y de alguna manera hay que defenderse. Y entonces cada uno
se va buscando, con mayor o menor esfuerzo, el tranquilizante que más le
conviene, aunque dentro de nosotros se vaya abriendo un vacío cada vez más
inmenso de falta de sentido y de cobardía para vivir nuestra existencia en toda
su hondura.
Por
eso, los que fácilmente nos llamamos creyentes deberíamos escuchar con
sinceridad las palabras de Jesús: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis
fe?». Quizá nuestro mayor pecado contra la fe, lo que más gravemente bloquea
nuestra acogida del evangelio, sea la cobardía. Digámoslo con sinceridad. No
nos atrevemos a tomar en serio todo lo que el evangelio significa. Nos da miedo
escuchar las llamadas de Jesús.
Con
frecuencia se trata de una cobardía oculta, casi inconsciente. Alguien ha
hablado de la «herejía disfrazada» (Maurice Bellet) de quienes defienden el
cristianismo incluso con agresividad, pero no se abren nunca a las exigencias
más fundamentales del evangelio.
Entonces
el cristianismo corre el riesgo de convertirse en un tranquilizante más. Un
conglomerado de cosas que hay que creer, cosas que hay que practicar y
defender. Cosas que, «tomadas en su medida», hacen bien y ayudan a vivir.
Pero
entonces todo puede quedar falseado. Uno puede estar viviendo su «propia
religión tranquilizante», no muy alejada del paganismo vulgar, que se alimenta
de confort, dinero y sexo, evitando de mil maneras el «peligro supremo» de
encontrarnos con el Dios vivo de Jesús, que nos llama a la justicia, la
fraternidad y la cercanía a los pobres.
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