Lucas 20,27-38 (32 Tiempo ordinario – C)
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Se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y
le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su
hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé
descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin
dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la
mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las
mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo
futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán
dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos
de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el
episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac,
Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos
están vivos».
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José Antonio Pagola
AMIGO DE LA VIDA
«Dios es amigo de la vida». Esta era una de las convicciones
básicas de Jesús. Por eso, discutiendo un día con un grupo de saduceos, que
negaban la resurrección, les confesó claramente su fe: «Dios no es Dios de
muertos, sino de vivos».
Jesús no se puede ni imaginar que a Dios se le vayan muriendo
sus criaturas; que, después de unos años de vida, la muerte le vaya dejando sin
sus hijos e hijas queridos. No es posible. Dios es fuente inagotable de vida.
Dios crea a los vivientes, los cuida, los defiende, se compadece de ellos y
rescata su vida del pecado y de la muerte.
Probablemente Jesús no leyó nunca el libro de la Sabiduría,
escrito hacia el año 50 a. C. en Alejandría, pero su mensaje acerca de Dios
recuerda una página inolvidable de este sabio judío que escribe así: «Tú te
compadeces de todos, porque lo puedes todo; cierras los ojos a los pecados de
los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada
de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado.
¿Cómo conservarían su existencia si tú no los hubieras creado? Pero tú perdonas
a todos porque son tuyos, Señor, amigo de la vida» (Sabiduría 11,23-26).
Dios es amigo de la vida. Por eso se compadece de todos los
que no saben o no pueden vivir de manera digna. Llega incluso a «cerrar los
ojos» a los pecados de los hombres para que descubran de nuevo el camino de la
vida. No aborrece nada de lo que ha creado. Ama a todos los seres; de lo
contrario no los hubiera hecho. Perdona a todos, se compadece de todos, quiere
la vida de todos, porque todos son suyos.
¿Cómo no amamos con más pasión la creación entera? ¿Por qué
no cuidamos y defendemos con más fuerza la vida de todos los seres de tanta
depredación y agresión? ¿Por qué no nos compadecemos de tantos «excluidos» para
los que este mundo no es su casa? ¿Cómo podemos seguir pensando que nuestro
bienestar es más importante que la vida de tantos hombres y mujeres que se
sienten extraños y sin sitio en esta Tierra creada por Dios para ellos?
Es increíble que no captemos lo absurdo de nuestra religión
cuando cantamos al Creador y Resucitador de la vida y, al mismo tiempo,
contribuimos a generar hambre, sufrimiento y degradación en sus criaturas.
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