18/6/25

COMPARTIR LO NUESTRO CON LOS NECESITADOS

 Lucas 9,11b-17        (Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – C)

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío sobre el Reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
—«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado».
Él les contestó:
—«Dadles vosotros de comer».
Ellos replicaron:
—«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío».
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
—«Decidles que se junten en grupos de unos cincuenta».
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
 
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José Antonio Pagola


COMPARTIR LO NUESTRO CON LOS NECESITADOS
Dos eran los problemas más angustiosos en las aldeas de Galilea: el hambre y las deudas. Era lo que más hacía sufrir a Jesús. Cuando sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar, a Jesús le salió desde muy dentro de las dos peticiones: «Padre, danos hoy el pan necesario»; «Padre, perdónanos nuestras deudas, pues también nosotros perdonamos a los que nos deben algo».
¿Qué podía hacer contra el hambre que los destruía y contra las deudas que los llevaban a perder sus tierras? Jesús vio con claridad la voluntad de Dios: compartir lo poco que tenían y perdonarse mutuamente las deudas. Solo así nacería un mundo nuevo.
Las fuentes cristianas han conservado el recuerdo de una comida memorable con Jesús. Fue al descampado y tomó parte mucha gente. Es difícil reconstruir lo que sucedió. El recuerdo que quedó fue este: entre la gente solo reconocieron «cinco panes y dos peces», pero compartieron lo poco que tenían y, con la bendición de Jesús, pudieron comer todos.
Al comienzo del relato se produce un diálogo muy esclarecedor. Al ver que la gente tiene hambre, los discípulos proponen la solución más cómoda y menos comprometida; «que vayan a las aldeas y se comprenda algo de comer»; que cada uno resuelva sus problemas como pueda. Jesús les replica llamándolos a la responsabilidad; «Dadles vosotros de comer»; no dejéis a los hambrientos abandonados a su suerte.
No lo hemos olvidado. Si vivimos de espaldas a los hambrientos del mundo, perdemos nuestra identidad cristiana; no somos fieles a Jesús; a nuestras comidas eucarísticas les falta su sensibilidad y su horizonte, les falta su compasión. ¿Cómo se transforma una religión como la nuestra en un movimiento de seguidores más fiel a Jesús?
Lo primero es no perder su perspectiva fundamental: dejarnos afectar más y más por el sufrimiento de quienes no saben lo que es vivir con pan y dignidad. Lo segundo, comprometernos en pequeñas iniciativas, concretas, modestas, parciales, que nos enseñarán a compartir y nos identificarán más con el estilo de Jesús.



 

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