10/3/10

QUÉ IGLESIA SOMOS Y QUÉ IGLESIA QUERRÍAMOS SER

El Grupo de Jóvenes de Cristianisme i Justicia hemos querido hacer una reflexión en voz alta sobre la actualidad eclesial en nuestro camino de aproximación a la figura de Jesús de Nazaret. Nuestra intención es compartir nuestras reflexiones como una aportación más, junto a otras, dentro de la asamblea fraterna que es la Iglesia.
El interés de analizar, desde nuestro punto de vista -que es también diverso y plural entre nosotros- la realidad eclesial, ha venido motivada por la voluntad de hacer más nuestra esta Iglesia, y por el significado de la controvertida canonización del Beato José María Escrivá de Balaguer.
Nuestra intención es compartir (a) lo que creemos que es la Iglesia, y por tanto, lo que somos en ella; y (b) cuál sería la Iglesia que desearíamos. Y lo ponemos en condicional porque consideramos que es con la aportación de todos y cada uno de los que vivimos en el catolicismo -y también en las iglesias hermanas- que debemos caminar hacia esta nueva Iglesia.

I. ¿QUÉ IGLESIA SOMOS?

En primer lugar, nos planteamos qué Iglesia somos realmente. Intentaremos inculparnos en todo aquello en lo que contribuimos a que nuestra Iglesia no sea. Y no fingidamente, sino para hacernos conscientes e intentar que realmente comience a cambiar partiendo de cuatro puntos que consideramos esenciales.
• No somos ni construimos una Iglesia adaptada a los signos de los tiempos, atenta al mundo en que vivimos y a los cambios que se suceden. No estamos dispuestos a aceptar a quien viene de fuera, con su forma de pensar, de orar, de vestir y hasta de equivocarse. No entendemos que Dios está presente en todas las religiones y culturas, en todos los hombres y mujeres, y entre ellos hace nacer la Verdad. No tenemos la valentía de aceptar nuestras contradicciones y disponernos a aprender de los demás, de los nuevos tiempos, de los nuevos retos.
• No somos ni construimos una Iglesia testimonial y vivencial. Caemos en la trampa de un mundo que prima la forma por delante del contenido. Pensamos que hemos de cambiar a los demás, en lugar de comenzar por nosotros mismos. Evangelizar es, principalmente, testimonio y vivencia, y el resto ya lo hace el Señor. No confiamos en Dios; creemos que todo lo hemos de hacer nosotros, e imponerlo a os demás para ahorrar tiempo, y así lo que hacemos es ahogar el espacio al Señor, que es el verdadero protagonista de todo, su verdadero Aliento.
• No somos ni construimos una Iglesia más participativa, horizontal, respetuosa de la pluralidad porque tenemos el corazón aún demasiado duro, demasiado interesado y proteccionista. Transmitimos a la Iglesia aquello de pecado que tiene la sociedad y que tanto condenamos, y aún tenemos la osadía de acusar a sectores hermanos dentro de la misma para excusarnos de todo aquello que no hemos dejado que el Señor transforme en nosotros.
• No somos ni construimos una Iglesia que priorice el ser humano y la lucha por la justicia que es la esencia que mantiene la dignidad de hijos de Dios, de seres humanos. Actuamos como los fariseos condenando a muerte a Jesús en nuestros hermanos. No hemos aprendido aún a leer el Evangelio en cada situación que se nos plantea cada día, en cada persona que cruza nuestra jornada.

II. ¿QUÉ IGLESIA QUERRÍAMOS?

1. Adaptada a los signos de los tiempos
• Querríamos una Iglesia más flexible, que no mirase los cambios de su entorno como una amenaza sino como una oportunidad para ser más fiel a Jesús. Como dice Jesús: Vosotros sois la sal de la tierra. Si la sal pierde el gusto, con qué la salaremos? Ya no es buena para nada, más que para arrojarla fuera y que la gente la pise (Mt 5,13-14). Estamos llamados a ser testimonios en medio del mundo y a luchar por su transformación y la de su gente. No hemos sido llamados a mantenernos puros y no contaminarnos.
• Querríamos una Iglesia que potenciase la dignidad de todos los seres humanos. Habría que acoger y respetar más la diversidad en todas las culturas y tradiciones. Cada ser humano es producto de los valores y realidades que ha vivido en su entrono inmediato y en su propia historia, sin ser directamente responsable de ellos.
• Querríamos una Iglesia que contribuyese a la valoración por igual de los géneros. Una Iglesia que propiciase la participación plena de las mujeres en sus decisiones y organización, y que no se cerrase al diálogo en cuestiones como el acceso de la mujer al sacerdocio. Una Iglesia que no hiciera discriminación de ningún tipo a causa de la inclinación sexual, priorizando la persona por encima de todo.

2. Testimonial y vivencial
• Querríamos una Iglesia que, como Jesús de Nazaret, sea testimonio fiel de Dios desde el servicio, el diálogo y la acogida, pero nunca con un afán de poder de ningún tipo (político, económico, social, religioso, etc.). Jesús, aun teniendo la posibilidad de salvarse, como le decían los soldados y los judíos cuando era clavado en la cruz ("tu que eres Dios, sálvate"), no tenía otro anhelo y poder más que el amor hecho vida, en coherencia y entrega total y absoluta.
• Querríamos una Iglesia donde cada cristiano/a haga de su responsabilidad (sea laico, presbítero, religioso, obispo o Papa) una vocación absoluta de servicio con humildad.
• Querríamos una Iglesia que priorizase la comprensión mutua y el respeto a la diversidad de opiniones con las otras confesiones, religiones y colectivos de la sociedad; que se sienta una voz más y no la única en la construcción de un mundo más justo.

3. Más participativa, horizontal y respetuosa de la pluralidad
• Querríamos que realmente la Iglesia seamos todos los cristianos, sin exclusiones. Lo que hace la Iglesia es lo que hacemos sus miembros. La Iglesia somos todos.
• Querríamos una Iglesia que dejara participar a sus bases en su dirección. Somos personas que vivimos nuestra fe e intentamos entregarnos a los demás del mismo modo que cualquier otro estamento eclesial. El hecho diferencial entre la amplia base y la esbelta cúpula es que aquella está mucho más inmersa, con sus pies en el barro del mundo. Las decisiones deberían seguir una dirección de abajo arriba, y no al revés.
• Querríamos una Iglesia con una estructura nada pretenciosa, horizontal y sensible a la pluralidad. Partiendo de las pequeñas y medianas comunidades (parroquias y movimientos), que deberían tener una forma de representación en la propia diócesis, y las diferentes diócesis representación en un organismo de más amplitud geográfica y así sucesivamente. Por esto es necesario que las representaciones no sigan criterios de favoritismos ni de tipo economicista para escuchar a los diferentes grupos. Hay que sacarse de encima el estado absolutista medieval que parece que aún impera y delata su anacronismo.

4. Que priorice al ser humano y la lucha por la justicia
• Querríamos una Iglesia que estuviera más decididamente al lado de los pobres, que no tuviera miedo de ellos ni los utilizase, sino que como hizo Jesús estuviese a su lado.
• Querríamos rescatar con más fuerza cada día la prioridad de Jesús que siempre se centró en el hombre y la mujer. Un exceso de dogmas nos aleja de la realidad y nos hace olvidar a los demás. La lucha por la justicia ha de ser irrenunciable y por esto hay que actuar. La Iglesia, como Jesús, debe devolver al hombre y la mujer su dignidad de Hijos de Dios y debe llevarles liberación.
• Querríamos una Iglesia donde la lucha por la justicia sea no tener miedo a denunciar el mal para combatirlo y transformarlo. Es necesario un compromiso verdadero por parte de todos los cristianos y cristianas por la justicia, que debe ser tanto en nuestra vida diaria como en esferas más globales. Los cristianos debiéramos adquirir un posicionamiento ético frente a una opción radical por el Reino de dios, que tantas veces queda sometido al interés particular y temporal.
• Querríamos que el compromiso de la Iglesia fuera el que anunció Jesús en la sinagoga (Lc 4,18-19):
El Espíritu del Señor reposa sobre mí,
porque él me ha ungido,
me ha enviado para llevar la buena nueva a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad
y a los ciegos el retorno de la luz,
a poner en libertad a los oprimidos,
a proclamar el año de gracia del Señor.


III. EPÍLOGO DE ESPERANZA

Desearíamos que nuestra querida Iglesia llegase a ser cada vez más querida y más Iglesia. Por esto es necesario que, como hizo y enseñó Jesús, no tengamos miedo a la Verdad. La Verdad que hay en el mundo, en los hombres y mujeres, en las culturas y las religiones y, naturalmente, la que encontramos en la Iglesia Católica que es de la que fundamentalmente bebemos para nuestras vidas.
Queremos sentirnos cada vez más integrados en una Iglesia Católica evangelizadora. Como sabemos, Iglesia significa Asamblea: la reunión, el encuentro, la comunión, en definitiva, de todos los cristianos. Católica significa universal: que no es de unos ni de otros sino de todos, no sometida a sectores ni privilegios de ningún tipo. Y evangelizadora: que viva -antes que difunda- la Buena Noticia de Jesús.
Desearíamos que nuestra Iglesia fuera, verdaderamente, una obra de construcción del Reino de Dios, que es la justicia, la paz y el gozo del Espíritu (Rm 14,18). Y estamos convencidos que somos los propios creyentes los que lo hemos de hacer con fe, esperanza y caridad profundas y convencidamente transformadoras, a pesar de nuestras debilidades y defectos. Porque el Señor hace de nuestras debilidades, la fuerza (2Cor 12,1-10).

Grupo de Jóvenes Cristianisme i Justícia

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