Juan 3,16-18
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
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Comentarios: José Antonio Pagola
El
esfuerzo realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para exponer con
conceptos humanos el misterio de la Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos
a reavivar su confianza en Dios Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo
encarnado de Dios, y a acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en
nosotros.
Por eso puede ser bueno hacer un
esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón
humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús:
misterio del Hijo de Dios encarnado.
El misterio del Padre es amor
entrañable y perdón contÍnuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega
su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por
caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y
profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.
Nuestra primera actitud ante ese Padre
ha de ser la confianza. El misterio último de la realidad, que los creyentes
llamamos “Dios”, no nos ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede
amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos
tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al
descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Podemos
abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.
También Jesús nos invita a la
confianza. Estas son sus palabras: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en
Dios. Creed también en mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras
estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar,
entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos
quiere Dios.
Por eso, en Jesús podemos encontrarnos
en cualquier situación con un Dios concreto,amigo y cercano. Él pone paz en
nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a la fe
sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.
Acoger el Espíritu que alienta al
Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible,
callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta
presencia contínua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en
Dios.
Nuestra vida es frágil, llena de contradicciones
e incertidumbre: creyentes y no creyentes, vivimos rodeados de misterio. Pero
la presencia, también misteriosa del Espíritu en nosotros, aunque débil, es
suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio último de la vida que
es solo Amor.
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