En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de
Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el
Hijo del hombre?" Ellos contestaron: "Unos que Juan Bautista, otros
que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas." Él les preguntó:
"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y
dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo." Jesús le respondió:
"¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie
de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la
tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará
desatado en el cielo." Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie
que él era el Mesías.
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Comentarios : José Antonio Pagola
También
hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus
discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo
para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que
revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras
comunidades?
¿Conocemos
cada vez mejor a Jesús, o lo tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas
aburridos” de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús
en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades, o vivimos estancados en
la rutina y la mediocridad?
¿Amamos a Jesús con pasión o se ha
convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando
mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? ¿Quienes
se acercan a nuestras comunidades pueden sentir la fuerza y el atractivo que
tiene para nosotros?
¿No sentimos discípulos y discípulas
de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la
sociedad actual, o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible
para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera, o hemos hecho
de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?
¿Estamos aprendiendo a mirar la vida
como la miraba Jesús? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y
excluidos con compasión y responsabilidad, o nos encerramos en nuestras
celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados:
los que fueron siempre los predilectos de Jesús?
¿Seguimos a Jesús colaborando con él
en el proyecto humanizador del Padre, o seguimos pensando que lo más importante
del cristianismo es preocuparnos exclusivamente de nuestra salvación? ¿Estamos
convencidos de que el modo de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida
más humana y más dichosa para todos?
¿Vivimos el domingo cristiano
celebrando la resurrección de Jesús, u organizamos nuestro fin de semana vacío
de todo sentido cristiano? ¿Hemos aprendido a encontrar a Jesús en el silencio
del corazón, o sentimos que nuestra fe se va apagando ahogada por el ruido y el
vacío que hay dentro de nosotros?
¿Creemos en Jesús resucitado que
camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades
la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama
con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza renovadora? ¿Sabemos ser
testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?
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