Juan 3,16-18
Tanto amó Dios al mundo que entregó
a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que
tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el
que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios.
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José Antonio Pagola
Si por un imposible la Iglesia dijera un día que Dios no es
Trinidad, ¿cambiaría en algo la existencia de muchos creyentes? Probablemente
no. Por eso queda uno sorprendido ante esta confesión del P. Varillon: «Pienso
que, si Dios no fuera Trinidad, yo sería probablemente ateo [...] En cualquier
caso, si Dios no es Trinidad, yo no comprendo ya absolutamente nada». La
inmensa mayoría de los cristianos no sabe que al adorar a Dios como Trinidad
estamos confesando que Dios, en su intimidad más profunda, es solo amor,
acogida, ternura. Esta es quizá la conversión que más necesitan no pocos
cristianos: el paso progresivo de un Dios considerado como Poder a un Dios
adorado gozosamente como Amor.
Dios no es un ser «omnipotente y sempiterno» cualquiera. Un
ser poderoso puede ser un déspota, un tirano destructor, un dictador
arbitrario: una amenaza para nuestra pequeña y débil libertad. ¿Podríamos
confiar en un Dios del que solo supiéramos que es omnipotente? Es muy difícil
abandonarse a alguien infinitamente poderoso. Parece más fácil desconfiar, ser
cautos y salvaguardar nuestra independencia.
Pero Dios es Trinidad, es un misterio de Amor. Y su omnipotencia
es la omnipotencia de quien solo es amor, ternura insondable e infinita. Es el
amor de Dios el que es omnipotente. Dios no lo puede todo. Dios no puede sino
lo que puede el amor infinito. Y siempre que lo olvidamos y nos salimos de la
esfera del amor nos fabricamos un Dios falso, una especie de ídolo extraño que
no existe.
Cuando no hemos descubierto todavía que Dios es solo Amor,
fácilmente nos relacionamos con él desde el interés o el miedo. Un interés que
nos mueve a utilizar su omnipotencia para nuestro provecho. O un miedo que nos
lleva a buscar toda clase de medios para defendernos de su poder amenazador.
Pero esta religión hecha de interés y de miedos está más cerca de la magia que
de la verdadera fe cristiana.
Solo cuando uno intuye desde la fe que Dios es solo Amor y
descubre fascinado que no puede ser otra cosa sino Amor presente y palpitante
en lo más hondo de nuestra vida, comienza a crecer libre en nuestro corazón la
confianza en un Dios Trinidad del que lo único que sabemos por Jesús es que no
puede sino amarnos.
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