Mateo 16, 13-20
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a
sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
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José Antonio Pagola
También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma
pregunta que hizo un día a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?». No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad
misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le
podemos responder desde nuestras comunidades?
¿Nos esforzamos por conocer cada vez mejor a Jesús o lo
tenemos «encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos» de siempre? ¿Somos
comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y
de nuestras actividades o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?
¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros
en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón
va creciendo la indiferencia y el olvido? Quienes se acercan a nuestras
comunidades, ¿pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros?
¿Nos sentimos discípulos de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a
vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual o nos dejamos
arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da
igual vivir de cualquier manera o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela
para aprender a vivir como Jesús?
¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba él?
¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión
y responsabilidad o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al
sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los
predilectos de Jesús?
¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto
humanizador del Padre o seguimos pensando que lo más importante del
cristianismo es preocuparnos de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que
el modo mejor de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y
más dichosa para todos?
¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de
Cristo? ¿Creemos en Jesús resucitado, que camina con nosotros lleno de vida?
¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a
sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos
en su fuerza resucitadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que
llevamos dentro de nosotros?
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