En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios
se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que
pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y
crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos,
luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están
maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de
la cosecha.»
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
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José Antonio Pagola
A Jesús le preocupaba que sus seguidores terminaran un día
desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no
obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su
confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de
trabajar.
Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de
Galilea les anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una
confianza grande. No es posible abrir caminos al reino de Dios de cualquier
manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él.
Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no
cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les ha de preocupar la
eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el
Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.
Después de siglos de expansión religiosa y gran poder
social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del
sembrador. Olvidar la lógica del cosechador, que sale siempre a recoger frutos,
y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.
Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más
todavía si se trata de sembrar el proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza
del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como
sembrar algo tan pequeño e insignificante como «un grano de mostaza»,
que germina secretamente en el corazón de las personas.
Por eso el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que
Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El proyecto de Dios de
hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora
que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en
una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros
nos desborda.
En la Iglesia no sabemos en estos momentos cómo actuar en
esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más
indiferente y nihilista. Nadie tiene la receta. Nadie sabe exactamente lo que
hay que hacer. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la
confianza de Jesús.
Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de
volver a lo esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar
la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a
sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no
transmitida por nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por él.
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