En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
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Jose Antonio Págola
Marcos describe con todo detalle la situación. Jesús se dirige
en barca con sus discípulos hacia un lugar tranquilo y retirado. Quiere
escucharlos con calma, pues han vuelto cansados de su primera correría
evangelizadora y desean compartir su experiencia con el Profeta que los ha
enviado.
El propósito de Jesús queda frustrado. La gente descubre su
intención y se le adelanta corriendo por la orilla. Cuando llegan al lugar, se
encuentran con una multitud venida de todas las aldeas del entorno. ¿Cómo
reaccionará Jesús?
Marcos describe gráficamente su actuación: los discípulos
han de aprender cómo han de tratar a la gente; en las comunidades cristianas se
ha de recordar cómo era Jesús con esas personas perdidas en el anonimato, de
las que nadie se preocupa. «Al desembarcar, Jesús vio un gran gentío, sintió
compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles
muchas cosas».
Lo primero que destaca el evangelista es la mirada de Jesús.
No se irrita porque hayan interrumpido sus planes. Los mira detenidamente y se
conmueve. Nunca le molesta la gente. Su corazón intuye la desorientación y el
abandono en que se encuentran los campesinos de aquellas aldeas.
En la Iglesia hemos de aprender a mirar a la gente como la
miraba Jesús: captando el sufrimiento, la soledad, el desconcierto o el
abandono que sufren muchos. La compasión no brota de la atención a las normas o
el recuerdo de nuestras obligaciones. Se despierta en nosotros cuando miramos
atentamente a los que sufren.
Desde esa mirada, Jesús descubre la necesidad más profunda
de aquellas gentes: andan «como ovejas sin pastor». La enseñanza que reciben de
los letrados de la Ley no les ofrece el alimento que necesitan. Viven sin que
nadie cuide realmente de ellas. No tienen un pastor que las guíe y las
defienda.
Movido por su compasión, Jesús «se pone a enseñarles muchas
cosas». Con calma, sin prisas, se dedica pacientemente a enseñarles la Buena
Noticia de Dios. No lo hace por obligación. No piensa en sí mismo. Les comunica
la Palabra de Dios, conmovido por la necesidad que tienen de un pastor.
No podemos permanecer indiferentes ante tanta gente que,
dentro de nuestras comunidades cristianas, anda buscando un alimento más sólido
que el que recibe. No hemos de aceptar como normal la desorientación religiosa
dentro de la Iglesia. Hemos de reaccionar de manera lúcida y responsable. No
pocos cristianos buscan ser mejor alimentados. Necesitan pastores que les
transmitan el mensaje de Jesús.
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