Lucas 12, 49-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
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José Antonio Pagola
En
un estilo claramente profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras
insólitas:“Yo he venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya
ardiendo!”. ¿De qué está hablando Jesús? El carácter enigmático de su
lenguaje conduce a los exegetas a buscar la respuesta en diferentes
direcciones. En cualquier caso, la imagen del “fuego” nos está invitando a
acercarnos a su misterio de manera más ardiente y apasionada.
El
fuego que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que
sufren. Jamás podrá ser desvelado ese amor insondable que anima su vida entera.
Su misterio no quedará nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros de
sabios. Nadie escribirá un libro definitivo sobre él. Jesús atrae y quema,
turba y purifica. Nadie podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad
aburrida.
Su
palabra hace arder los corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos,
despierta la esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más
despreciados, lucha contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los
formalismos religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones
estrechas de la ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el
bien. Nunca podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el
convencionalismo de “lo correcto”.
Jesús
enciende los conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad,
sino tensiones, enfrentamiento y divisiones. En realidad, introduce el
conflicto en nuestro propio corazón. No es posible defenderse de su llamada
tras el escudo de ritos religiosos o prácticas sociales. Ninguna religión nos
protegerá de su mirada. Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús
nos está llamando a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.
Su
fuego no ha quedado apagado al sumergirse en las aguas profundas de la muerte.
Resucitado a una vida nueva, su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la
historia. Los primeros seguidores lo sienten arder en sus corazones cuando
escuchan sus palabras mientras camina junto a ellos.
¿Dónde
es posible sentir hoy ese fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la
fuerza de su libertad creadora? ¿Cuándo arden nuestros corazones al
acoger su Evangelio? ¿Dónde se vive de manera apasionada siguiendo sus pasos?
Aunque la fe cristiana parece extinguirse hoy entre nosotros, el fuego traído
por Jesús al mundo sigue ardiendo bajo las cenizas. No podemos dejar que se
apague. Sin fuego en el corazón no es posible seguir a Jesús.
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