Mateo 28,1-10
Pasado el sábado, al amanecer el primer día de la
semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto
hubo un fuerte temblor de tierra, porque un ángel del Señor bajó del cielo y,
acercándose al sepulcro, quitó la piedra que lo cerraba y se sentó sobre ella. El
ángel brillaba como un relámpago y su ropa era blanca como la nieve. Al verle,
los soldados temblaron de miedo y se quedaron como muertos. El ángel dijo a las
mujeres:
–No os asustéis. Sé que estáis buscando a Jesús, el
crucificado, pero no está aquí; ha resucitado, como dijo. Venid a ver el lugar
donde lo pusieron. Id aprisa y decid a sus discípulos: ‘Ha resucitado y va a ir
a Galilea antes que vosotros. Allí le veréis.’ Esto es lo que yo tenía que
deciros.
Jesús se aparece a las mujeres
Las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro,
asustadas pero, a la vez, con mucha alegría, y corrieron a llevar la noticia a
los discípulos. En esto, Jesús se presentó ante ellas y las saludó. Ellas,
acercándose a Jesús, le abrazaron los pies y le adoraron. Él les dijo:
–No tengáis miedo. Id a decir a mis hermanos que se
dirijan a Galilea, y que allí me verán.
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José Antonio Pagola
Los cristianos no hemos de olvidar que la fe en Jesucristo
resucitado es mucho más que el asentimiento a una fórmula del credo. Mucho más
incluso que la afirmación de algo extraordinario que le aconteció al muerto
Jesús hace aproximadamente dos mil años.
Creer en el Resucitado es creer que ahora Cristo está vivo,
lleno de fuerza y creatividad, impulsando la vida hacia su último destino y
liberando a la humanidad de caer en el caos definitivo.
Creer en el Resucitado es creer que Jesús se hace presente
en medio de los creyentes. Es tomar parte activa en los encuentros y las tareas
de la comunidad cristiana, sabiendo con gozo que, cuando dos o tres nos
reunimos en su nombre, allí está él poniendo esperanza en nuestras vidas.
Creer en el Resucitado es descubrir que nuestra oración a
Cristo no es un monólogo vacío, sin interlocutor que escuche nuestra
invocación, sino diálogo con alguien vivo que está junto a nosotros en la misma
raíz de la vida.
Creer en el Resucitado es dejarnos interpelar por su palabra
viva recogida en los evangelios, e ir descubriendo prácticamente que sus
palabras son «espíritu y vida» para el que sabe alimentarse de ellas.
Creer en el Resucitado es vivir la experiencia personal de
que Jesús tiene fuerza para cambiar nuestras vidas, resucitar lo bueno que hay
en nosotros e irnos liberando de lo que mata nuestra libertad.
Creer en el Resucitado es saber descubrirlo vivo en el
último y más pequeño de los hermanos, llamándonos a la compasión y la
solidaridad.
Creer en el Resucitado es creer que él es «el primogénito de
entre los muertos», en el que se inicia ya nuestra resurrección y en el que se
nos abre ya la posibilidad de vivir eternamente.
Creer en el Resucitado es creer que ni el sufrimiento, ni la
injusticia, ni el cáncer, ni el infarto, ni la metralleta, ni la opresión, ni
la muerte tienen la última palabra. Solo el Resucitado es Señor de la vida y de
la muerte.
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