Mateo 13, 44-52 (17 Tiempo ordinario - A)
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un
tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno
de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los
cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una
de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos
se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces:
cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en
cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán
los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno
encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo
esto?» Ellos le contestaron: «Sí.»
Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
José Antonio Pagola
No era fácil creer a Jesús. Algunos se sentían atraídos por
sus palabras. En otros, por el contrario, surgían no pocas dudas. ¿Era
razonable seguir a Jesús o una locura? Hoy sucede lo mismo: ¿merece la pena
comprometerse en su proyecto de humanizar la vida o es más práctico ocuparnos
cada uno de nuestro propio bienestar? Mientras tanto se nos puede pasar la vida
sin tomar decisión alguna.
Jesús cuenta dos breves parábolas. En ambos relatos, el
respectivo protagonista se encuentra con un tesoro enormemente valioso o con
una perla de valor incalculable. Los dos reaccionan del mismo modo: venden todo
lo que tienen y se hacen con el tesoro o con la perla. Es, sin duda, lo más
sensato y razonable.
El reino de Dios está «oculto». Muchos no han descubierto
todavía el gran proyecto que tiene Dios de un mundo nuevo. Sin embargo, no es
un misterio inaccesible. Está «oculto» en Jesús, en su vida y en su mensaje.
Una comunidad cristiana que no ha descubierto el reino de Dios no conoce bien a
Jesús, no puede seguir sus pasos.
El descubrimiento del reino de Dios cambia la vida de quien
lo descubre. Su «alegría» es inconfundible. Ha encontrado lo esencial, lo mejor
de Jesús, lo que puede trasformar su vida. Si los cristianos no descubrimos el
proyecto de Jesús, en la Iglesia no habrá alegría.
Los dos protagonistas de las parábolas toman la misma
decisión: «venden todo lo que tienen». Nada es más importante que «buscar el
reino de Dios y su justicia». Todo lo demás viene después, es relativo y ha de
quedar subordinado al proyecto de Dios.
Esta es la decisión más importante que hemos de tomar en la
Iglesia y en las comunidades cristianas: liberarnos de tantas cosas
accidentales para comprometernos en el reino de Dios. Despojarnos de lo
superfluo. Olvidarnos de otros intereses. Saber «perder» para «ganar» en
autenticidad. Si lo hacemos, estamos colaborando en la conversión de la
Iglesia.
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