Mateo 13,1-23 (15 Tiempo ordinario - A)
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta
gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en
la orilla.Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»
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José Antonio Pagola
La parábola del sembrador es una invitación a la esperanza.
La siembra del evangelio, muchas veces inútil por diversas contrariedades y
oposiciones, tiene una fuerza incontenible. A pesar de todos los obstáculos y
dificultades, y aun con resultados muy diversos, la siembra termina en cosecha
fecunda que hace olvidar otros fracasos.
No hemos de perder la confianza a causa de la aparente
impotencia del reino de Dios. Siempre parece que «la causa de Dios» está en
decadencia y que el evangelio es algo insignificante y sin futuro. Y sin
embargo no es así. El evangelio no es una moral ni una política, ni siquiera
una religión con mayor o menor porvenir. El evangelio es la fuerza salvadora de
Dios «sembrada» por Jesús en el corazón del mundo y de la vida de los hombres.
Empujados por el sensacionalismo de los actuales medios de
comunicación, parece que solo tenemos ojos para ver el mal. Y ya no sabemos
adivinar esa fuerza de vida que se halla oculta bajo las apariencias más
desalentadoras.
Si pudiéramos observar el interior de las vidas, nos
sorprendería encontrar tanta bondad, entrega, sacrificio, generosidad y amor
verdadero. Hay violencia y sangre en el mundo, pero crece en muchos el anhelo
de una verdadera paz. Se impone el consumismo egoísta en nuestra sociedad, pero
son bastantes los que descubren el gozo de una vida sencilla y compartida. La
indiferencia parece haber apagado la religión, pero en no pocas personas se
despierta la nostalgia de Dios y la necesidad de la plegaria.
La energía transformadora del evangelio está ahí trabajando
a la humanidad. La sed de justicia y de amor seguirá creciendo. La siembra de
Jesús no terminará en fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. ¿No
descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos
invita sin cesar a crecer, a ser más humanos, a transformar nuestra vida, a
tejer relaciones nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a
abrirnos con más verdad a Dios?
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