Mateo 22,1-14 28 Tiempo ordinario - A
Volvió a hablarles Jesús en parábolas, diciendo: El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados:
“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta
y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido
de boda?”. El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo
a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos»
************||************
José Antonio Pagola
Jesús conocía muy bien la vida dura y monótona de los campesinos. Sabía
cómo esperaban la llegada del sábado para «liberarse» del trabajo. Los veía
disfrutar en las fiestas y en las bodas. ¿Qué experiencia podía haber más
gozosa para aquellas gentes que ser invitados a un banquete y poder sentarse a
la mesa con los vecinos a compartir una fiesta de bodas?
Movido por su experiencia de Dios, Jesús comenzó a hablarles de una manera
sorprendente. La vida no es
solo esta vida de trabajos y preocupaciones, penas
y sinsabores. Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos e
hijas. A todos nos quiere ver sentados junto a él, en torno a una misma mesa,
disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.
No se contentaba solo con hablar así de Dios. Él mismo invitaba a todos a
su mesa y comía incluso con pecadores e indeseables. Quería ser para todos la
gran invitación de Dios a la fiesta final. Los quería ver recibiendo con gozo
su llamada, y creando entre todos un clima más amistoso y fraterno que los
preparara adecuadamente para la fiesta final.
¿Qué ha sido de esta invitación?, ¿quién la anuncia?, ¿quién la escucha?,
¿dónde se pueden tener noticias de esta fiesta? Satisfechos con nuestro
bienestar, sordos a todo lo que no sea nuestro propio interés, no creemos
necesitar de Dios. ¿No nos estamos acostumbrando
poco a poco a vivir sin
necesidad de una esperanza última?
En la parábola de Mateo, cuando los que tienen tierras y negocios rechazan
la invitación, el rey dice a sus criados: «Id ahora a los cruces de los
caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda». La orden es
inaudita, pero refleja lo que siente Jesús. A pesar de tanto rechazo y
menosprecio habrá fiesta. Dios no ha cambiado. Hay que seguir convidando.
Pero ahora lo mejor es ir a «los cruces de los caminos» por donde transitan
tantas gentes errantes, sin tierras ni negocios, a los que nadie ha invitado
nunca a una fiesta. Ellos pueden entender mejor que nadie la invitación. Ellos
pueden recordarnos la necesidad última que tenemos de Dios. Pueden enseñarnos
la esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario