MARCOS 1, 7-11 (Bautismo del Señor - B)
Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».
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José Antonio Pagola
No pocos cristianos practicantes entienden su fe solo como una «obligación». Hay un conjunto de creencias que se «deben» aceptar, aunque uno no conozca su contenido ni sepa el interés que pueden tener para su vida; hay también un código de leyes que se «debe» observar, aunque uno no entienda bien tanta exigencia de Dios; hay, por último, unas prácticas religiosas que se «deben» cumplir, aunque sea de manera rutinaria.
Esta manera de entender y vivir la fe genera un tipo de
cristiano aburrido, sin deseo de Dios y sin creatividad ni pasión alguna por
contagiar su fe. Basta con «cumplir». Esta religión no tiene atractivo alguno;
se convierte en un peso difícil de soportar; a no pocos les produce alergia. No
andaba descaminada Simone Weil cuando escribía que «donde falta el deseo de
encontrarse con Dios, allí no hay creyentes, sino pobres caricaturas de
personas que se dirigen a Dios por miedo o por interés».
En las primeras comunidades cristianas se vivieron las cosas
de otra manera. La fe cristiana no era entendida como un «sistema religioso».
Lo llamaban «camino» y lo proponían como la vía más acertada para vivir con
sentido y esperanza. Se dice que es un «camino nuevo y vivo» que «ha sido
inaugurado por Jesús para nosotros», un camino que se recorre «con los ojos
fijos en él» (Hebreos 10,20; 12,2).
Es de gran importancia tomar conciencia de que la fe es un
recorrido y no un sistema religioso. Y en un recorrido hay de todo: marcha
gozosa y momentos de búsqueda, pruebas que hay que superar y retrocesos,
decisiones ineludibles, dudas e interrogantes. Todo es parte del camino: también
las dudas, que pueden ser más estimulantes que no pocas certezas y seguridades
poseídas de forma rutinaria y simplista.
Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Cada uno es
responsable de la «aventura» de su vida. Cada uno tiene su propio ritmo. No hay
que forzar nada. En el camino cristiano hay etapas: las personas pueden vivir
momentos y situaciones diferentes. Lo importante es «caminar», no detenerse,
escuchar la llamada que a todos se nos hace de vivir de manera más digna y
dichosa. Este puede ser el mejor modo de «preparar el camino del Señor».
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