Marcos 6,7-13 (15 Tiempo ordinario – B)
Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos». Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
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José Antonio Pagola
¿Qué ha
podido pasar para distanciarnos tanto de aquel proyecto inicial de Jesús?
¿Dónde ha quedado el encargo del Maestro? ¿Quién sigue escuchando hoy sus
recomendaciones?
Pocos relatos
evangélicos nos descubren mejor la intención original de Jesús que este que nos
presenta a Jesús enviando a sus discípulos de dos en dos, sin alforjas, dinero
ni túnica de repuesto.
Basta un
amigo, un bastón y unas sandalias para adentrarse por los caminos de la vida,
anunciando a todos ese cambio que necesitamos para descubrir el secreto último
de la vida y el camino hacia la verdadera liberación.
No
desvirtuemos ligeramente el encargo de Jesús. No pensemos que se trata de una
utopía ingenua, propia quizá de una sociedad seminómada ya superada, pero
imposible en un mundo como el nuestro.
Aquí hay algo
que no podemos eludir. El evangelio es anunciado por aquellos que saben vivir
con sencillez. Hombres y mujeres libres que conocen el gozo de caminar por la
vida sin sentirse esclavos de las cosas. No son los poderosos, los financieros,
los tecnócratas, los grandes estrategas de la política los que van a construir
un mundo más humano.
Esta sociedad
necesita descubrir que hay que volver a una vida sencilla y sobria. No basta
con aumentar la producción y alcanzar un mayor nivel de vida. No es suficiente
ganar siempre más, comprar más y más cosas, disfrutar de mayor bienestar.
Esta sociedad
necesita como nunca el impacto de hombres y mujeres que sepan vivir con pocas
cosas. Creyentes capaces de mostrar que la felicidad no está en acumular
bienes. Seguidores de Jesús que nos recuerden que no somos ricos cuando
poseemos muchas cosas, sino cuando sabemos disfrutarlas con sencillez y
compartirlas con generosidad. Quienes viven una vida sencilla y una solidaridad
generosa son los que mejor predican hoy la conversión que más necesita nuestra sociedad.
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