29/11/21

DE OÍDAS

Lucas 3,1-6     (2 Adviento – C)


En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: | Preparad el camino del Señor, | allanad sus senderos; los valles serán rellenados, | los montes y colinas serán rebajados; | lo torcido será enderezado, | lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios».


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José Antonio Pagola

Hay personas que más que creer en Dios creen en aquellos que hablan de él. Solo conocen a Dios «de oídas». Les falta experiencia personal. Asisten tal vez a celebraciones religiosas, pero nunca abren su corazón a Dios. Jamás se detienen a percibir su presencia en el interior de su ser.

Es un fenómeno frecuente: vivimos girando en torno a nosotros mismos, pero fuera de nosotros; trabajamos y disfrutamos, amamos y sufrimos, vivimos y envejecemos, pero nuestra vida transcurre sin misterio y sin horizonte último.

Incluso los que nos decimos creyentes no sabemos muchas veces «estar ante Dios». Se nos hace difícil reconocernos como seres frágiles, pero amados infinitamente por él. No sabemos admirar su grandeza insondable ni gustar su presencia cercana. No sabemos invocar ni alabar.

Qué pena da ver cómo se discute de Dios en ciertos programas de televisión. Se habla «de oídas». Se debate lo que no se conoce. Los invitados se acaloran hablando del papa, pero a nadie se le oye hablar con un poco de hondura de ese Misterio que los creyentes llamamos «Dios».

Para descubrir a Dios no sirven las discusiones sobre religión ni los argumentos de otros. Cada uno ha de hacer su propio recorrido y vivir su propia experiencia. No basta criticar la religión en sus aspectos más deformados. Es necesario buscar personalmente el rostro de Dios. Abrirle caminos en nuestra propia vida.

Cuando durante años se ha vivido la religión como un deber o como un peso, solo esta experiencia personal puede desbloquear el camino hacia Dios: poder comprobar, aunque solo sea de forma germinal y humilde, que es bueno creer, que Dios hace bien.

Este encuentro con Dios no siempre es fácil. Lo importante es buscar. No cerrar ninguna puerta; no desechar ninguna llamada. Seguir buscando, tal vez con el último resto de nuestras fuerzas. Muchas veces, lo único que podemos ofrecer a Dios es nuestro deseo de encontrarnos con él.

Dios no se esconde de los que lo buscan y preguntan por él. Tarde o temprano recibimos su «visita» inconfundible. Entonces todo cambia. Lo creíamos lejano, y está cerca. Lo sentíamos amenazador, y es el mejor amigo. Podemos decir las mismas palabras que Job: «Hasta ahora hablaba de ti de oídas; ahora te han visto mis ojos».

 


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