Marcos 15,33-39;16,1-6
Al llegar el mediodía, toda la
región quedó en tinieblas hasta media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó
con voz potente: "Eloí, Eloí, lamá sabaktaní". (Que significa:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?") Algunos de los
presentes, al oírlo, decían: "Mira, está llamando a Elías." Y uno
echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le
daba de beber, diciendo: "Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo." Y
Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de
arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado,
dijo: "Realmente este hombre era Hijo de Dios."
[Pasado el sábado, María
Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar
a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al
sepulcro. Y se decían unas a otras: "¿Quién nos correrá la piedra de la
entrada del sepulcro?" Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y
eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a
la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: "No os
asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha
resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron."]
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Los
hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos
ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste
suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo
a nuestra vida cotidiana.
Pero tarde o temprano, la muerte va
visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo
reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra
madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último
adiós? ¿Que hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y
amigas?
La muerte es una puerta que traspasa
cada persona en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta
para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se
nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?
Los seguidores de Jesús no nos
limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo
resucitado, lo acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso
encuentro con Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay
desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo una oración de
confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de nuestro ser
querido”
¿Qué sentido pueden tener hoy entre
nosotros esos funerales en los que nos reunimos personas de diferente
sensibilidad ante el misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos:
creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también increyentes?
A lo largo de estos años, hemos
cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más
frágiles y vulnerables; somos más incrédulos, pero también más inseguros. No
nos resulta fácil creer, pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e
incertidumbres, pero no sabemos encontrar una esperanza.
A veces, suelo invitar a quienes
asisten a un funeral a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su
pequeña fe. Decirle desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que
expresen nuestro amor a él y nuestra invocación humilde a Dios:
“Te seguimos queriendo, pero ya no
sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no
sabemos rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos.
Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te
podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nosotros no te
hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver”.
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