
—«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
Él le dijo:
—«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él contestó:
—«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
Él le dijo:
—«Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse. preguntó a Jesús: —«¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús dijo:
—«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayo en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
"Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta." ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?»
Él contestó:
— «El que practicó la misericordia con él.»
Díjole Jesús:
—«Anda, haz tú lo mismo.»
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Comentarios: José Antonio Pagola
“Sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Esta es la herencia que Jesús ha
dejado a la humanidad. Para comprender la revolución que quiere introducir en
la historia, hemos de leer con atención su relato del “buen samaritano”. En él
se nos describe la actitud que hemos de promover, más allá de nuestras
creencias y posiciones ideológicas o religiosas, para construir un mundo más
humano.
En la cuneta de un camino solitario
yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto,
abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume Jesús la
situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente y abandonadas
en las cunetas de tantos caminos de la historia.
En el horizonte aparecen dos viajeros:
primero un sacerdote, luego un levita. Los dos pertenecen al mundo respetado de
la religión oficial de Jerusalén. Los dos actúan de manera idéntica: “ven al
herido, dan un rodeo y pasan de largo”. Los dos cierran sus ojos y su
corazón, aquel hombre no existe para ellos, pasan sin detenerse. Esta es la
crítica radical de Jesús a toda religión incapaz de generar en sus miembros un
corazón compasivo. ¿Qué sentido tiene una religión tan poco humana?
Por el camino viene un tercer
personaje. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece a la religión del
Templo. Sin embargo, al llegar, “ve al herido, se conmueve y se acerca”.
Luego, hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con vida y
restaurar su dignidad. Esta es la dinámica que Jesús quiere introducir en el
mundo.
Lo primero es no cerrar los ojos.
Saber “mirar” de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos
puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con la
conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas víctimas
inocentes. Al mismo tiempo, “conmovernos” y dejar que su sufrimiento nos duela
también a nosotros.
Lo decisivo es reaccionar y
“acercarnos” al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación
de ayudarle, sino para descubrir de cerca que es un ser necesitado que nos está
llamando. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad humana.
Todo esto no es teoría. El samaritano
del relato no se siente obligado a cumplir un determinado código religioso o moral.
Sencillamente, responde a la situación del herido inventando toda clase de
gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y restaurar su vida y su
dignidad. Jesús concluye con estas palabras. “Vete y haz tú lo mismo”.
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