En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ["No creáis que he
venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar
plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de
cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno
sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los
hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien
los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.] Os lo
aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en
el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que
mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su
hermano será procesado. [Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá
que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la
condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el
altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti,
deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu
hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone
pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino,
no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la
cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el
último cuarto.]
Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os
digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con
ella en su interior. [Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y
tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el
infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque
más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está
mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio."
Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de
impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada
comete adulterio.]
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y
"Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en
absoluto: [ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra,
que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran
Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un
solo pelo.] A vosotros os basta decir "si" o "no". Lo que pasa de ahí
viene del Maligno."
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Comentarios: José Antonio Pagola
Los
judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo
la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa
Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo
lo que necesitan para ser fieles a Dios.
También para Jesús la Ley es
importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra
experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está buscando abrirse
camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta quedarnos con
cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y colaborar con él en
hacer una vida más justa y fraterna.
Por eso, según Jesús, no basta cumplir
la ley que ordena “No matarás”. Es necesario, además, arrancar de nuestra vida
la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que
no mata, cumple la ley, pero si no se libera de la violencia, en su corazón no
reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una
vida
más humana.
Según algunos observadores, se está
extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la
agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos proferidos solo
para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el
resentimiento, el odio o la venganza.
Por otra parte, las conversaciones
están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran
sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto, que envenenan la convivencia
y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o
la bajeza.
No es este un hecho que se da solo en
la convivencia social. Es también un grave problema en la Iglesia actual. El
Papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de
“cristianos en guerra contra otros cristianos”. Es un estado de cosas tan
contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada
urgente: “No a la guerra entre nosotros”.
Así habla el Papa: “Me duele comprobar
cómo en algunas comunidades cristianas, y aún entre personas consagradas,
consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas,
celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta
persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a
evangelizar con esos comportamientos?”. El Papa quiere trabajar por una Iglesia
en la que “todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais
aliento mutuamente y cómo os acompañáis”.
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