Mateo 14,13-21
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer." Jesús les replicó: "No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer." Ellos le replicaron: "Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces." Les dijo: "Traédmelos." Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
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Comentarios: José Antonio Pagola.
Jesús
está ocupado en curar a aquellas gentes enfermas y desnutridas que le traen de
todas partes. Lo hace, según el evangelista, porque su sufrimiento le conmueve.
Mientras tanto, sus discípulos ven que se esta haciendo muy tarde. Su diálogo
con Jesús nos permite penetrar en el significado profundo del episodio llamado erróneamente
“la multiplicación de los panes”.
Los discípulos hacen a Jesús un
planteamiento realista y razonable: “Despide a la multitud para que vayan a
las aldeas y se compren de comer”. Ya han recibido de Jesús la atención que
necesitaban. Ahora, que cada uno se vuelva a su aldea y se compre algo de comer
según sus recursos y posibilidades.
La reacción de Jesús es sorprendente:
“No hace falta que se vayan. Dadles vosotros de comer”. El hambre es un
problema demasiado grave para desentendernos unos de otros y dejar que cada uno
lo resuelva en su propio pueblo como pueda. No es el momento de separarse, sino
de unirse más que nunca para compartir entre todos lo que haya, sin excluir a
nadie.
Los discípulos le hacen ver que solo
hay cinco panes y dos peces. No importa. Lo poco basta cuando se comparte con
generosidad. Jesús manda que se sienten todos sobre el prado para celebrar una
gran comida. De pronto todo cambia. Los que estaban a punto de separarse para
saciar su hambre en su propia aldea, se sientan juntos en torno a Jesús para
compartir lo poco que tienen. Así quiere ver Jesús a la comunidad humana.
¿Qué sucede con los panes y los peces
en manos de Jesús? No los “multiplica”. Primero bendice a Dios y le da gracias:
aquellos alimentos vienen de Dios: son de todos. Luego los va partiendo y se
los va dando a los discípulos. Estos, a su vez, se los van dando a la gente.
Los panes y los peces han ido pasando de unos a otros. Así han podido saciar su
hambre todos.
El arzobispo de Tánger ha levantado
una vez más su voz para recordarnos “el sufrimiento de miles de hombres,
mujeres y niños que, dejados a su suerte o perseguidos por los gobiernos, y
entregados al poder usurero y esclavizante de las mafias, mendigan, sobreviven,
sufren y mueren en el camino de la emigración”.
En vez de unir nuestras fuerzas para
erradicar en su raíz el hambre en el mundo, solo se nos ocurre encerrarnos en
nuestro “bienestar egoísta” levantando barreras cada vez más degradantes y
asesinas. ¿En nombre de qué Dios los despedimos para que se hundan en su
miseria? ¿Dónde están los seguidores de Jesús?
¿Cuándo se oye en nuestras eucaristías el grito de
Jesús. “Dadles vosotros de comer”?
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