Mateo 13,44-52
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
[El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?" Ellos le contestaron: "Sí." Él les dijo: "Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo."]
------o------
Comentarios: José Antonio Pagola
El
evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos
relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de
valor incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y
decisión lo que tienen, y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así
reaccionan los que descubren el reino de Dios.
Al parecer, Jesús teme que la gente le
siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto
apasionante del Padre, que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo
más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva
en Dios.
¿Qué podemos decir hoy después de
veinte siglos de cristianismo? ¿Por qué tantos cristianos buenos viven
encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en
ella ningún “tesoro”? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y
alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el
núcleo del Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella,
sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?
Después del Concilio, Pablo VI hizo
esta afirmación rotunda: ”Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es
relativo”. Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: “La Iglesia no
es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es germen,
signo e instrumento”. El Papa Francisco nos viene repitiendo: “El proyecto de
Jesús es instaurar el reino de Dios”.
Si ésta es la fe de la Iglesia, ¿por
qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús
llamaba “reino de Dios”? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida
de Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y
promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su
justicia?
La Iglesia no puede renovarse desde su
raíz si no descubre el “tesoro” del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los
cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más
humano, que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el
verdadero núcleo del Evangelio.
El Papa Francisco nos está diciendo
que “el reino de Dios nos reclama”. Este grito nos llega desde el corazón mismo
del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante
que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la
de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario