Juan 10,11-18
En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida
por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve
venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las
dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen
Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me
conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además,
otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y
escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el
Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita,
sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder
para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»
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José Antonio Pagola
No se pueden diseñar programas o técnicas que conduzcan
automáticamente hasta Dios. No hay métodos para encontrarse con él de forma
segura. Cada uno ha de seguir su propio camino, pues cada uno tiene su manera
de abrirse al misterio de Dios. Sin embargo, no todo favorece en igual medida
el despertar de la fe.
Hay personas que nunca hablan de Dios con nadie. Es un tema
tabú; Dios pertenece al mundo de lo privado. Pero luego tampoco piensan en él
ni lo recuerdan en la intimidad de su conciencia. Esta actitud, bastante
frecuente incluso entre quienes se dicen creyentes, conduce casi siempre al
debilitamiento de la fe. Cuando algo no se recuerda nunca, termina muriendo por
olvido e inanición.
Hay, por el contrario, personas que parecen interesarse
mucho por lo religioso. Les gusta plantear cuestiones sobre Dios, la creación,
la Biblia... Hacen preguntas y más preguntas, pero no esperan la respuesta. No
parece interesarles. Naturalmente, todas las palabras son vanas si no hay una
búsqueda sincera de Dios en nuestro interior. Lo importante no es hablar de «cosas
de religión», sino hacerle sitio a Dios en la propia vida.
A otros les gusta discutir sobre religión. No saben hablar
de Dios si no es para defender su propia posición y atacar la del contrario. De
hecho, bastantes discusiones sobre temas religiosos no hacen sino favorecer la
intolerancia y el endurecimiento de posturas. Sin embargo, quien busca
sinceramente a Dios escucha la experiencia de quienes creen en él e incluso la
de quienes lo han abandonado. Yo tengo que encontrar mi propio camino, pero me
interesa conocer dónde encuentran los demás sentido, aliento y esperanza para
enfrentarse a la existencia.
En cualquier caso, lo más importante para orientarnos hacia
Dios es invocarlo en lo secreto del corazón, a solas, en la intimidad de la
propia conciencia. Es ahí donde uno se abre confiadamente al misterio de Dios o
donde decide vivir solo, de forma atea, sin Dios. Alguien me dirá: «Pero ¿cómo
puedo yo invocar a Dios si no creo en él ni estoy seguro de nada?». Se puede.
Esa invocación sincera en medio de la oscuridad y las dudas es, probablemente,
uno de los caminos más puros y humildes para abrirnos al Misterio y hacernos
sensibles a la presencia de Dios en el fondo de nuestro ser.
El cuarto evangelio nos recuerda que hay ovejas que «no son
del redil» y viven lejos de la comunidad creyente. Pero Jesús dice: «También
a estas las tengo que atraer, para que escuchen mi voz». Quien busca con
verdad a Dios escucha, tarde o temprano, esta atracción de Jesús en el fondo de
su corazón. Primero con reservas tal vez, luego con más fe y confianza, un día
con alegría honda.
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