Juan 13,31-33a.34-35 (5 Pascua_C)
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del
hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios
lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de
estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros;
como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que
conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
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José Antonio Pagola
Es la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la
última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos. Judas ha
tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el último bocado de manos de
Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice en voz alta lo que todos
están sintiendo: «Hijos míos, ya no estaré con vosotros por mucho tiempo».
Les habla con ternura. Quiere que queden gravados en su
corazón sus últimos gestos y palabras. «Os doy un mandamiento nuevo: que os
améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal
por la que os conocerán todos que sois mis discípulos será que os amáis unos a
otros». Este es el testamento de Jesús.
Jesús habla de un «mandamiento nuevo». ¿Dónde está la
novedad? La consigna de amar al prójimo está ya presente en la tradición
bíblica. También los filósofos griegos hablan de filantropía y de amor a todo
ser humano. La novedad está en la forma de amar propia de Jesús: «amaos como yo
os he amado». Así se irá difundiendo a través de sus seguidores su estilo de
amar.
Lo primero que los discípulos han experimentado es que Jesús
los ha amado como a amigos: «No os llamo siervos… a vosotros os he llamado
amigos». En la Iglesia nos hemos de querer sencillamente como amigos y
amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad, la cercanía y el apoyo mutuo.
Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es señor de sus amigos.
Por eso, Jesús corta de raíz las ambiciones de sus
discípulos cuando los ve discutiendo por ser los primeros. La búsqueda de
protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les recuerda su
estilo: «no he venido a ser servido sino a servir». Entre amigos nadie
se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y colaborar.
Esta amistad vivida por los seguidores de Jesús no genera
una comunidad cerrada. Al contrario, el clima cordial y amable que se vive
entre ellos los dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Jesús
les ha enseñado a comer con pecadores y con gentes excluidas y despreciadas.
Les ha reñido por apartar a los niños. En la comunidad de Jesús no estorban los
pequeños sino los grandes.
Un día, Jesús llamó a los doce, puso a un niño en medio de
ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que acoge a un niño como
este en mi nombre, me acoge a mí». En la Iglesia querida por Jesús, los más
pequeños, frágiles y vulnerables han de estar en el centro de la atención y los
cuidados de todos.
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