Mateo 3,13-17
En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para
que lo bautizara.Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».
Jesús le contestó:
«Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia».
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Y vino una voz de los cielos que decía:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco»
*****||*****
José Antonio Pagola
El encuentro con Juan Bautista fue para Jesús una
experiencia que dio un giro a su vida. Después del bautismo del Jordán, Jesús
no vuelve ya a su trabajo de Nazaret; tampoco se adhiere al movimiento del
Bautista. Su vida se centra ahora en un único objetivo: gritar a todos la Buena
Noticia de un Dios que quiere salvar al ser humano.
Pero lo que transforma la trayectoria de Jesús no son las
palabras que escucha de labios del Bautista ni el rito purificador del
bautismo. Jesús vive algo más profundo. Se siente inundado por el Espíritu del
Padre. Se reconoce a sí mismo como Hijo de Dios. Su vida consistirá en adelante
en irradiar y contagiar ese amor insondable de un Dios Padre.
Esta experiencia de Jesús encierra también un significado
para nosotros. La fe es un itinerario personal que cada uno hemos de recorrer.
Es muy importante, sin duda, lo que hemos escuchado desde niños a nuestros
padres y educadores. Es importante lo que oímos a sacerdotes y predicadores.
Pero, al final, siempre hemos de hacernos una pregunta: ¿en quién creo yo?
¿Creo en Dios o creo en aquellos que me hablan acerca de él?
No hemos de olvidar que la fe es siempre una experiencia
personal que no puede ser reemplazada por la obediencia ciega a lo que nos
dicen otros. Desde fuera nos pueden orientar hacia la fe, pero soy yo mismo
quien he de abrirme a Dios de manera confiada.
Por eso, la fe no consiste tampoco en aceptar, sin más, un
determinado conjunto de fórmulas. Ser creyente no depende primordialmente del
contenido doctrinal que se recoge en un catecismo. Todo eso es muy importante,
sin duda, para configurar nuestra visión cristiana de la existencia. Pero,
antes que eso y dando sentido a todo eso está ese dinamismo interior que, desde
dentro, nos lleva a amar, confiar y esperar siempre en el Dios revelado en
Jesucristo.
La fe no es tampoco un capital que recibimos en el bautismo
y del que luego podemos disponer tranquilamente. No es algo adquirido en propiedad
para siempre. Ser creyente es vivir permanentemente a la escucha del Dios
encarnado en Jesús, aprendiendo a vivir día a día de manera más plena y
liberada.
Esta fe no está hecha solo de certezas. A lo largo de la
vida, el creyente vive muchas veces en la oscuridad. Como decía aquel gran
teólogo que fue Romano Guardini, «fe es tener suficiente luz como para soportar
las oscuridades». La fe está hecha, sobre todo, de fidelidad. El verdadero
creyente sabe creer en la oscuridad lo que ha visto en momentos de luz. Siempre
sigue buscando a ese Dios que está más allá de todas nuestras fórmulas claras u
oscuras. El P. de Lubac escribía que «las ideas que nosotros nos hacemos de
Dios son como las olas del mar, sobre las cuales el nadador se apoya para superarlas».
Lo decisivo es la fidelidad al Dios que se nos va manifestando en su Hijo
Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario