Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo.»Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
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José Antonio Pagola
Para celebrar la eucaristía dominical no basta con seguir
las normas prescritas o pronunciar las palabras obligadas. No basta tampoco
cantar, santiguarnos o darnos la paz en el momento adecuado. Es muy fácil
asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las lecturas correspondientes
y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente sin comulgar con Cristo;
darnos la paz sin reconciliarnos con nadie. ¿Cómo vivir la misa del domingo
como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?
Para empezar, hemos de escuchar con atención y alegría la
Palabra de Dios, y en concreto el evangelio de Jesús. Durante la semana hemos
visto la televisión, hemos escuchado la radio y hemos leído la prensa. Vivimos
aturdidos por toda clase de mensajes, voces, noticias, información y publicidad.
Necesitamos escuchar otra voz diferente que nos cure por dentro.
Es un respiro escuchar las palabras directas y sencillas de
Jesús. Traen verdad a nuestra vida. Nos liberan de engaños, miedos y egoísmos
que nos hacen daño. Nos enseñan a vivir con más sencillez y dignidad, con más
sentido y esperanza. Es una suerte hacer el recorrido de la vida guiados cada
domingo por la luz del evangelio.
La plegaria eucarística constituye el momento central. No
nos podemos distraer. «Levantamos el corazón» para dar gracias a Dios. Es
bueno, es justo y necesario agradecer a Dios por la vida, por la creación
entera y por el regalo que es Jesucristo. La vida no es solo trabajo, esfuerzo
y agitación. Es también celebración, acción de gracias y alabanza a Dios. Es bueno
reunirnos cada domingo para sentir la vida como regalo y dar gracias al
Creador.
La comunión con Cristo es decisiva. Es el momento de acoger
a Jesús en nuestra vida para experimentarlo en nosotros, identificarnos con él
y dejarnos trabajar, consolar y fortalecer por su Espíritu. Todo esto no lo
vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo. Cantamos juntos el Padrenuestro
sintiéndonos hermanos de todos. Le pedimos que a nadie le falte el pan ni el
perdón. Nos damos la paz y la buscamos para todos.
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