Mateo 10,26-33
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres,
porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no
llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que
escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan
el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el
fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin
embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues
vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis
miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi
parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.
Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del
cielo.»
José Antonio Pagola
El recuerdo de la ejecución de Jesús estaba todavía muy reciente. Por las
comunidades cristianas circulaban diversas versiones de su pasión. Todos sabían
que era peligroso seguir a alguien que había terminado tan mal. Se recordaba
una frase de Jesús: «El discípulo no está por encima de su maestro». Si a él le
han llamado Belcebú, ¿qué no dirán de sus seguidores?
Jesús no quería que sus discípulos se hicieran falsas ilusiones. Nadie
puede pretender seguirle de verdad sin compartir de alguna manera su suerte. En
algún momento alguien nos rechazará, maltratará, insultará o condenará. ¿Qué
hay que hacer?
La respuesta le sale a Jesús desde dentro: «No les tengáis miedo». El miedo
es malo. No ha de paralizar nunca a sus discípulos. No han de callarse. No han
de cesar de propagar su mensaje por ningún motivo.
Jesús les explica cómo han de situarse ante la persecución. Con él ha
comenzado ya la revelación de la Buena Noticia de Dios. Deben confiar. Lo que
todavía está «encubierto» y «escondido» a muchos, un día quedará patente: se
conocerá el Misterio de Dios, su amor al ser humano y su proyecto de una vida
más feliz para todos.
Los seguidores de Jesús están llamados a tomar parte desde ahora en ese
proceso de revelación: «Lo que yo os digo de noche, decidlo en pleno día». Lo
que les explica al anochecer, antes de retirarse a descansar, lo tienen que
comunicar sin miedo «en pleno día». «Lo que yo os digo al oído, pregonadlo
desde los tejados». Lo que les susurra al oído para que penetre bien en su
corazón, lo tienen que hacer público.
Jesús insiste en que no tengan miedo. «Quien se pone de mi parte», nada ha
de temer. El último juicio será para él una sorpresa gozosa. El juez será «mi
Padre del cielo», el que os ama sin fin. El defensor seré yo mismo, que «me
pondré de vuestra parte». ¿Quién puede infundirnos más esperanza en medio de
las pruebas?
Jesús imaginaba a sus seguidores como un grupo de creyentes que saben
«ponerse de su parte» sin miedo. ¿Por qué somos tan poco libres para abrir
nuevos caminos más fieles a Jesús? ¿Por qué no nos atrevemos a plantear de
manera sencilla, clara y concreta lo esencial del evangelio?
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