Lucas 3,15-16.21-22 (Bautismo del Señor – C) 09-01-2022
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
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José Antonio Pagola
Son bastantes los hombres y mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir exactamente cuál es su postura ante la fe. Quizá la primera pregunta que surge en su interior es muy sencilla: ¿para qué creer? ¿Cambia algo la vida por creer o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?
Estas preguntas nacen de su propia experiencia. Son personas
que poco a poco han arrinconado a Dios de su vida. Hoy Dios no cuenta en
absoluto para ellas a la hora de orientar y dar sentido a su existencia.
Casi sin darse cuenta, un ateísmo práctico se ha ido
instalando en el fondo de su ser. No les preocupa que Dios exista o deje de
existir. Todo eso les parece un problema extraño que es mejor dejar de lado
para asentar la vida sobre bases más realistas.
Dios no les dice nada. Se han acostumbrado a vivir sin él.
No experimentan nostalgia o vacío alguno por su ausencia. Han abandonado la fe
y todo marcha en su vida tan bien o mejor que antes. ¿Para qué creer?
Esta pregunta solo es posible cuando uno «ha sido bautizado
con agua», pero no ha descubierto qué significa «ser bautizado con el Espíritu
de Jesucristo». Cuando uno sigue pensando erróneamente que tener fe es creer
una serie de cosas enormemente extrañas que nada tienen que ver con la vida, y
no conoce todavía la experiencia viva de Dios.
Encontrarse con Dios significa sabernos acogidos por él en
medio de la soledad; sentirnos consolados en el dolor y la depresión; reconocernos
perdonados del pecado y la mediocridad; sentirnos fortalecidos en la impotencia
y caducidad; vernos impulsados a amar y crear vida en medio de la fragilidad.
¿Para qué creer? Para vivir la vida con más plenitud; para
situarlo todo en su verdadera perspectiva y dimensión; para vivir incluso los
acontecimientos más triviales e insignificantes con más profundidad.
¿Para qué creer? Para atrevernos a ser humanos hasta el
final; para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito; para defender nuestra
libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo; para permanecer abiertos a
todo el amor, la verdad, la ternura que hay en nosotros. Para no perder nunca
la esperanza en el ser humano ni en la vida.
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