Lucas 6,39-45 (8 Tiempo ordinario – C)
Les dijo también una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
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José Antonio Pagola
La advertencia de Jesús es fácil de entender. «No hay árbol
sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se
conoce por su fruto. No se cosechan higos en las zarzas ni se vendimian racimos
en los espinos».
En una sociedad dañada por tantas injusticias y abusos, donde
crecen las «zarzas» de los intereses y las mutuas rivalidades, y donde brotan
tantos «espinos» de odios, discordia y agresividad, son necesarias personas
sanas que den otra clase de frutos. ¿Qué podemos hacer cada cual para sanar un
poco la convivencia social tan dañada entre nosotros?
Tal vez hemos de empezar por no hacer a nadie la vida más
difícil de lo que es. Esforzarnos para que, al menos junto a nosotros, la vida
sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente con nuestra amargura.
Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad
y cordialidad.
Necesitamos entre nosotros personas que sepan acoger. Cuando
acogemos a alguien, lo estamos liberando de la soledad y le estamos infundiendo
nuevas fuerzas para vivir. Por muy difícil que sea la situación en que se
encuentra, si descubre que no está solo y tiene a alguien a quien acudir, se
despertará de nuevo su esperanza. Qué importante es ofrecer refugio, acogida y
escucha a tantas personas maltratadas por la vida.
Hemos de desarrollar también mucho más la comprensión. Que
las personas sepan que, por muy graves que sean sus errores, en mí encontraran
siempre a alguien que las comprenderá. Hemos de empezar por no despreciar a
nadie, ni siquiera interiormente: no condenar ni juzgar precipitadamente. La
mayoría de nuestros juicios y condenas solo muestran nuestra poca calidad
humana.
También es importante contagiar aliento a quien sufre.
Nuestro problema no es tener problemas, sino no tener fuerza para enfrentarnos
a ellos. Junto a nosotros hay personas que sufren inseguridad, soledad,
fracaso, enfermedad, incomprensión... No necesitan recetas para resolver su
crisis. Necesitan a alguien que comparta su sufrimiento y ponga en sus vidas la
fuerza interior que las sostenga.
El perdón puede ser otra fuente de esperanza en nuestra
sociedad. Las personas que no guardan rencor ni alimentan el resentimiento, y
saben perdonar de verdad, siembran esperanza a su alrededor. Junto a ellas
siempre crece la vida.
No se trata de cerrar los ojos al mal y a la injusticia. Se
trata sencillamente de escuchar la consigna de Pablo de Tarso: «No te dejes
vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien». La manera más sana de
luchar contra el mal en una sociedad tan dañada como la nuestra es hacer el
bien «sin devolver a nadie mal por mal...; en lo posible, y en cuanto de
vosotros dependa, en paz con todos los hombres» (Romanos 12,17-18).
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