Lucas 2,41-52 (Sagrada Familia – C)
Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
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29 de diciembre
José Antonio Pagola
DEJAR A JESÚS ENTRAR EN NUESTRA CASA
Necesitamos ante todo buscar, cuidar y desarrollar un
proyecto sano, digno y dichoso de familia que pueda plasmarse en la vida
concreta de cada hogar. Jesús, acogido con fe y convicción en nuestra familia,
nos puede ayudar a corregir y mejorar nuestro modo de vivir y nos puede
descubrir un camino nuevo más digno de seguidores de su Evangelio.
Dejar a Jesús entrar en nuestra casa significa arraigar la
familia con más verdad, más pasión y más ilusión en su persona, su mensaje y su
proyecto del reino de Dios. Muchas cosas habrá que hacer los próximos años para
reavivar nuestras familias, pero nada más decisivo que poner a Jesús en el
centro del hogar, confiando en su promesa: «Donde dos o tres se reúnen en mi
nombre, allí estoy yo» (Mateo 18,20). No estáis solos. En el centro de vuestro
hogar está Jesús. Él os reúne, os alienta y os sostiene. Con Jesús todo es
posible.
Acoger a Jesús en el hogar es tarea de toda una vida. Lo
primero es aprender a vivir en el hogar con un corazón nuevo y un espíritu
renovador. Esto significa empezar a vivir una relación nueva con Jesús, una
adhesión más viva. Una familia formada por cristianos que apenas conocen a
Jesús, que solo lo confiesan de vez en cuando y de manera abstracta, que nunca
leen el evangelio, que se relacionan con un Jesús mudo del que no escuchan nada
especial, nada de interés para el hombre y la mujer de hoy, un Jesús apagado
que no atrae ni seduce, que no toca los corazones..., es una familia que
difícilmente podrá sentir su fuerza renovadora.
Si ignoramos a Jesús y desconocemos su mensaje, no podremos
orientar nuestra vida de familia desde su Evangelio. Si no sabemos mirar el
mundo, la vida, las personas, los hijos, los problemas... con los ojos con que
Jesús miraba, diremos que contamos con la luz privilegiada de la revelación,
pero seremos una familia ciega que no sabe mirar la vida como la miraba Jesús.
Y si no escuchamos el sufrimiento de la gente con la atención, la sensibilidad
y la compasión con que Jesús escuchaba a los que encontraba sufriendo en su
camino, seremos familias sordas. Y si no sintonizamos con el estilo de vivir de
Jesús, con su pasión por hacer un mundo más justo, con su ternura hacia los
niños, con su perdón a los despreciados..., no sabremos transmitir lo mejor que
Jesús transmitía, lo más valioso, lo más atractivo: su Buena Noticia.
Se trata de vivir en nuestras familias esta experiencia:
caminar los próximos años hacia un nivel nuevo de convivencia familiar, más
inspirada y motivada por Jesús, y hacia una dinámica y un estilo de vida mejor
orientados a abrir caminos al reino de Dios, es decir, a ese mundo nuevo más
humano y dichoso que quiere el Padre para todos, empezando por los últimos.
Después de veinte siglos de cristianismo, las familias cristianas necesitan un
«corazón nuevo» para vivir y comunicar la Buena Noticia del Dios revelado en
Jesús en medio de la sociedad actual. Lo decisivo es no resignarnos a vivir hoy
en familia sin Jesús
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