3/1/25

APRENDER A ADORAR A DIOS

 Juan 1,1-18       (2 Domingo de Navidad – C)


En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; | el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, | ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

 

 

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5 de enero
José Antonio Pagola

APRENDER A ADORAR A DIOS

Hoy se habla mucho de crisis de fe, pero apenas se dice algo sobre la crisis del sentimiento religioso. Y, sin embargo, como apunta algún teólogo, el drama del hombre contemporáneo no es, tal vez, su incapacidad para creer, sino su dificultad para sentir a Dios como Dios. Incluso los mismos que se dicen creyentes parecen estar perdiendo capacidad para vivir ciertas actitudes religiosas ante Dios.

Un ejemplo claro es la dificultad para adorarlo. En tiempos no muy lejanos parecía fácil sentir reverencia y adoración ante la inmensidad y el misterio insondable de Dios. Es más difícil hoy adorar a quien hemos reducido a un ser extraño, incómodo y superfluo.

Para adorar a Dios es necesario sentirnos criaturas, infinitamente pequeñas ante él, pero infinitamente amadas por él; admirar su grandeza insondable y gustar su presencia cercana y amorosa que envuelve todo nuestro ser. La adoración es admiración. Es amor y entrega. Es rendir nuestro ser a Dios y quedarnos en silencio agradecido y gozoso ante él, admirando su misterio desde nuestra pequeñez.

Nuestra dificultad para adorar proviene de raíces diversas. Quien vive aturdido interiormente por toda clase de ruidos y zarandeado por mil impresiones pasajeras, sin detenerse nunca ante lo esencial, difícilmente encontrará «el rostro adorable» de Dios.

Por otra parte, para adorar a Dios es necesario detenerse ante el misterio del mundo y saber mirarlo con amor. Quien mira la vida amorosamente hasta el fondo comenzará a vislumbrar las huellas de Dios antes de lo que sospecha. Solo Dios es adorable. Ni las cosas más valiosas ni las personas más amadas son dignas de ser adoradas como él. Por eso solo quien es libre interiormente puede adorar a Dios de verdad.

Esta adoración a Dios no aleja del compromiso. Quien adora a Dios lucha contra todo lo que destruye al ser humano, que es su «imagen sagrada». Quien adora al Creador respeta y defiende su creación. Están íntimamente unidas adoración y solidaridad, adoración y ecología. Se entienden las palabras del gran científico y místico Teilhard de Chardin: «Cuanto más hombre se haga el hombre, más experimentará la necesidad de adorar».

El relato de los magos nos ofrece un modelo de auténtica adoración. Estos sabios saben mirar el cosmos hasta el fondo, captar signos, acercarse al Misterio y ofrecer su humilde homenaje a ese Dios encarnado en nuestra existencia.

Los creyentes tenemos imágenes muy diversas de Dios. Desde niños nos vamos haciendo nuestra propia idea de él, condicionados, sobre todo, por lo que vamos escuchando a catequistas y predicadores, lo que se nos transmite en casa y en el colegio o lo que vivimos en las celebraciones y actos religiosos.

 

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