Mateo 2,1-12 (Epifanía del Señor – C)
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”». Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo». Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.
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6 de enero
José Antonio Pagola
SEGUIR LA ESTRELLA
Estamos demasiado acostumbrados al
relato de los magos. Por otra parte, hoy apenas tenemos tiempo para detenernos
a contemplar despacio las estrellas. Probablemente no es solo un asunto de
tiempo. Pertenecemos a una época en la que es más fácil ver la oscuridad de la
noche que los puntos luminosos que brillan en medio de cualquier tiniebla.
Sin embargo, no deja de ser
conmovedor pensar en aquel escritor cristiano que, al elaborar el relato de los
magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una
estrella. La narración respira la convicción profunda de los primeros creyentes
después de la resurrección. En Jesús se han cumplido las palabras del profeta
Isaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande. Habitaban
en una tierra de sombras, y una luz ha brillado ante sus ojos» (Isaías 9,1).
Sería una ingenuidad pensar que
nosotros estamos viviendo una hora especialmente oscura, trágica y angustiosa.
¿No es precisamente esta oscuridad, frustración e impotencia que captamos en
estos momentos uno de los rasgos que acompañan casi siempre el caminar del ser
humano a lo largo de los siglos?
Basta abrir las páginas de la
historia. Sin duda encontramos momentos de luz en que se anuncian grandes
liberaciones, se entrevén mundos nuevos, se abren horizontes más humanos. Y
luego, ¿qué viene? Revoluciones que crean nuevas esclavitudes, logros que
provocan nuevos problemas, ideales que terminan en «soluciones a medias»,
nobles luchas que acaban en «pactos mediocres». De nuevo las tinieblas.
No es extraño que se nos diga que
«ser hombre es muchas veces una experiencia de frustración». Pero no es esa
toda la verdad. A pesar de todos los fracasos y frustraciones, el hombre vuelve
a recomponerse, vuelve a esperar, vuelve a ponerse en marcha en dirección a
algo. Hay en el ser humano algo que lo llama una y otra vez a la vida y a la
esperanza. Hay siempre una estrella que vuelve a encenderse.
Para los creyentes, esa estrella
conduce siempre a Jesús. El cristiano no cree en cualquier mesianismo. Y por
eso no cae tampoco en cualquier desencanto. El mundo no es «un caso
desesperado». No está en completa tiniebla. El mundo está orientado hacia su
salvación. Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy
solo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belén.
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